La Avenida llena de pancartas. Juan José Borrero.

La gran mayoría de los analistas considera un fracaso la huelga de funcionarios. Es más, apunta a los sindicatos como los grandes derrotados. Unos sindicatos desentrenados, desubicados, desfasados, a los que su más ferviente masa social reprochó los últimos años de aburguesamiento, utilizando el sentido más conformista del término, en el que han caído por ese acercamiento meloso al poder, rayano en entreguismo, al que llegaron por obra y gracia de esa droga institucionalizada de la subvención oficial, esa casa común donde han tomado el aperitivo con el empresariado durante los últimos años, cogidos todos de la mano del gobierno; de la mano que daba los millones para cursos de formación y otras actividades de la que han vivido mejor que bien los agentes sociales en los tiempos de las perdices.
Embriagados por los esplendores de la concertación en la bonanza, sindicatos y patronal son ahora incapaces de readaptar sus viejos discursos de obreros y patronos y van a dejar nada más y nada menos que una reforma laboral en manos de Zapatero ante la mirada incrédula de los trabajadores que temen la reacción de la economía; una histérica de cuidado. Deberían saber que con las cosas de comer no se juega. Y la reforma laboral promete ser una merienda en la que ya saben a quiénes se comen.

El sindicalismo ha perdido la oportunidad que le dio el tiempo de las vacas sin complejos para adaptarse a una realidad laboral que va mucho más allá de los trabajadores del sector público y las grandes factorías. Las manifestaciones errantes de los despedidos de Astilleros o Boliden, que parecen haberse quedado enganchadas al paisaje urbano de la ciudad, son un botón de muestra de que ni siquiera en esos asuntos, donde se fajó el sindicalismo tradicional en los últimos años, fue totalmente eficaz.
Con una patronal incapaz de cuestionar que la presida un empresario marcado por los escándalos y los sindicatos perdidos en el túnel del tiempo, no parece que vayan a ser determinantes en mostrarnos el camino a seguir, al menos para engancharnos a la esperanza que ha socavado la desprestigiada clase política que nos ha tocado sufrir. Hoy hay gente cabreada como para sumar legiones de pancarteros y llenar la SE-30, pero los sindicatos saben que no tienen la legitimidad de convocar una huelga general con éxito sin que los que pagarían realmente la huelga le reprochen haber permitido que nos mintieran sobre la crisis.
*Juan José Borrero, periodista.

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