La huelga. Mariano Guindal.

La huelga general se ha convertido en el certificado de autenticidad de la reforma laboral que aprobará el Gobierno el próximo día 16. Si Méndez y Toxo la rechazan, será bien recibida. Si por el contrario la aceptan, aunque sea a regañadientes, será el signo inequívoco de que no sirve y que habrá que seguir apretando.

Como dice mi buen amigo Andy Robinson, uno de los periodistas que más respeto me merecen, damned if you do, damned if you don’t, es decir, “maldito si la hacen y maldito si no la hacen”. Al menos es un poco injusto, ya que la norma habrá que juzgarla por su contenido y no porque sea o no la palanca para echar a Rodríguez Zapatero.

Es sorprendente que sea la derecha más recalcitrante la que con más denuedo exija a los sindicatos que la convoque. Una movilización similar a la que hicieron en su día a Felipe González, y a José María Aznar.

Que los sindicatos ahora vuelvan a utilizar la huelga para poner en jaque al Gobierno de turno no parece que sea lo más oportuno, ni lo más conveniente para ellos mismos. En este sentido, habría que recuperar el auténtico sentido de la huelga general política.


Cuando Sergei Eisenstein rodó La huelga en 1923, en plena revolución bolchevique, lo más alejado que podía estar de su mente es que este instrumento en poder de los trabajadores se pudiese utilizar como ahora se plantea en España. Por esta razón, no veo a Méndez ni a Toxo pegándose un tiro en el pie.

Por tanto, lo previsible es que ZP pacte un desacuerdo. Una reforma que trate de calmar al mercado de la deuda pero que no irrite tanto a los sindicatos como para que rompan la baraja. Aquí el punto clave es saber si en este esquema tiene cabida una reforma del despido objetivo de tal manera que se incorpore al mismo la jurisprudencia del Tribunal Supremo. 

Es una tontería pensar, como hace la Magistratura de Trabajo, que las empresas despiden por gusto y no porque no tienen más remedio.

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