Olvidad a Queensberry. Emilio Campmany.


Ya sabemos que el PP, y buena parte de la derecha española, padecen un grave complejo de inferioridad moral con respecto a la izquierda. Ahora resulta que, como son muy democráticos, no se conforman con el de inferioridad y han decidido sufrir también el de superioridad. Que Alberto Ruiz Gallardón diga que el enemigo del PP no es el PSOE no es cosa que llame la atención siendo como es tan socialista, pero que lo diga Javier Arenas parece parte de la patología de esa enfermedad psíquica que padece nuestra derecha.
Que alguien del PP diga que el PSOE no es el enemigo es desde luego una memez. Es como si un culé dijera que el enemigo no es el Real Madrid. Pero además, es totalitario. Que el PP y el PSOE se contrapongan y sean adversarios el uno del otro, si es que no quiere emplearse la palabra enemigo, es lo que hace que esto sea una democracia, si es que alguna vez lo fue.
Ahora, no es la falta de sentido democrático lo que hace a estos líderes del PP decirse amigos de quien no quiere serlo de ellos, sino que la responsabilidad es del trastorno que padecen. Se creen superiores porque son capaces de ver en los otros cualidades que ni los socialistas mismos reconocen tener. Y no se dan cuenta de que, aun en el dudoso caso de que tuvieran todas esas virtudes que Gallardón y Arenas admiran, no son ellos quiénes han de valorarlas, sino el electorado, que a la vista de la lucha ideológica entre unos y otros decidirá a quién elegir.
Esta actitud de condescendencia que la derecha se permite hacia el adversario desvirtúa el sistema democrático porque hace que prescinda voluntariamente de algunas de las armas que necesita para alcanzar el poder. Y no tiene derecho a hacer eso porque lo hace en perjuicio de sus electores. Es como si el abogado defensor de un delincuente diera a su trabajo el fin de descubrir si su defendido es culpable o inocente, cuando su obligación es la de conseguir que sea declarado inocente, aunque no lo sea. Si adopta una posición imparcial priva al acusado de la defensa a la que tiene derecho y usurpa la del juez, que es quien tiene que decidir imparcialmente sobre la culpabilidad o inocencia de quien se sienta en el banquillo. En la democracia, sucede lo mismo, quien juzga es el electorado, no Javier Arenas.
En cualquier enfrentamiento reglado, como es un partido de fútbol, las normas que se imponen son, dentro de las permitidas, las que elige el más marrullero. Por eso, cuando se juega con un equipo italiano, son sus mandatos los que rigen, porque emplea todas las tretas y camándulas que el sistema y el árbitro que toque permitan. En España ocurre lo mismo, es el PSOE quien impone su código porque siempre recurre a todas las artimañas que el sistema y los jueces consienten. Cuando uno se enfrenta a algo así, jugar contra un equipo italiano o enfrentarse al PSOE en unas elecciones, si se desea ganar, hay que jugar con las reglas que el perillán impone y por lo tanto hay que tratar de ser, dentro de lo permitido, tan taimado como él.
Mientras el PP vaya a la pelea callejera que son nuestras elecciones empeñado en respetar las reglas del marqués de Queensberry perderá un combate tras otro. Y 2012 no será una excepción.

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