Zapatero: del socialpopulismo al socialpatronismo. Roberto Blanco Valdés.

Corren para la izquierda malos tiempos. No solo porque son ya pocos los países europeos donde la socialdemocracia -que ha sido históricamente la única izquierda transformadora de verdad- sigue gobernando, sino además porque esta ha entrado por doquier en un pantano organizativo e ideológico en el que se hunde más y más a medida que se mueve.

Basta con hablar de Francia e Italia, donde las fuerzas progresistas son noticia sobre todo como consecuencia de sus interminables y cainitas luchas intestinas, para darse cuenta de la envergadura del maremágnum que sacude a partidos que tuvieron un día como bandera prioritaria la de la igualdad política y social.


El caso de España es, con todo, digno de mención. Y no tanto porque el nuestro sea uno de los escasos Estados europeos donde gobierna un partido socialista, sino porque este representa hoy como muy pocos el proceso de desnaturalización de una fuerza política que prestó entre 1982 y 1989 un gran servicio a este país, antes de que se pusieran en ella a hacer de las suyas los ladrones y los golfos.

La desnaturalización de la máquina partidista que dirige Zapatero es, en primer lugar, organizativa: el PSOE, como entidad autónoma y pensante, se ha esfumado tras haber sido literalmente engullido por un grupo dirigente que tiene, sobre todo, dos cosas en común: una historia personal marcada por la profesionalidad política y una concepción del partido como mera máquina electoral donde todo y todos deben estar a las órdenes de un líder que lo es sencillamente porque reparte puestos y prebendas.

Pero la desnaturalización es también ideológica, pues un grupo de personas que viven de la política con idénticas pautas de comportamiento que tendrían si lo hicieran del teatro no ha visto inconveniente alguno en transitar de la práctica socialpopulista de los primeros cinco años de Gobierno al socialpatronismo que ahora justifica el impulso de una llamada reforma del mercado de trabajo que no es otra cosa que poner negro sobre blanco lo que quiere el sector más duro y conservador de nuestro empresariado.

Lo cierto es, sin embargo, que ni el pasado populismo de los descuentos y las subvenciones fiscales lineales ni el presente patronismo del abaratamiento del despido tienen nada que ver con la auténtica socialdemocracia: la que impulsa un reparto equitativo de la carga fiscal luchando contra el fraude, la que lucha por una mayor presencia de las rentas del trabajo en la riqueza nacional y la que está persuadida de que uno de los primeros de los derechos civiles, por ser uno de los que más dependen la dignidad de las personas, es el derecho a trabajar. Aunque resulta difícil que entiendan estas cosas quienes jamás han trabajado de verdad.

*Roberto Blanco Valdés, Catedrático de Derecho Constitucional por la Universidad de Santiago de Compostela, habitual colaborador de "La Voz de Galicia" entre otros medios.

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