Lo sabíamos todo. Carlos Reigosa.

Dicen los economistas más acreditados que disponíamos de los conocimientos necesarios para prevenir y evitar la actual crisis. Y admiten que es asombroso -y muy difícil de comprender- que, después de todo lo que habíamos aprendido desde el crac de 1929, no se hubieran implantado los instrumentos que se sabían necesarios y que nos hubieran ahorrado tan dramática situación. 

La explicación de todo este desaguisado quizá habrá que buscarla en la propia condición humana, en la ceguera voluntaria de muchos políticos y en la codicia irrefrenable de los mercaderes organizados. Tal vez. De la crisis que comenzó en 1929 -y que llegó casi hasta la II Guerra Mundial- es oportuno recordar algunas actitudes del presidente Roosevelt, que, con su política del New Deal, cambió EE.?UU. de arriba abajo (y para bien, por cierto). 

Lo primero que hay que decir es que lo probó casi todo, incluso las propuestas que procedían de teóricos con los que no coincidía. Pero no permaneció en ningún error (excepto tal vez en su política agraria). Construyó carreteras, hospitales, escuelas, casi todo al mismo tiempo, y creó la Seguridad Social. Afrontó huelgas salvajes que complicaron la recuperación económica y en las que el país rozó el desastre. Se movía entre un maremagno de novedades desconcertantes y adversas, pero no cometió el desatino de ponerse a esperar que la solución llegase por sí misma. Por el contrario, luchó con una determinación -siempre pegada al sentido común- que no respondía a una ideología concreta, y por ello fue igualmente criticado por capitalistas y marxistas. 


Lo hizo todo menos quedarse quieto. Desde entonces aprendimos mucho y sabemos cómo evitar un proceso similar. Eso creíamos y eso creemos aún. Pero la actual crisis ha demostrado que aprender no es suficiente si falta el sentido común, indispensable para aplicarse a prevenir y evitar. No se hizo y ahora lo pagamos. Basta con mirar la historia de la humanidad para descubrir la enorme cantidad de episodios nefastos que se han repetido una y otra vez en los más variados lugares y épocas. Quizá esta es tan solo una vez más, y desde luego no la última. La esperanza está en que, pese a todo, mejoramos. Mírese de nuevo la historia.

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