Rubalcaba, un maestro. José Antonio Sentís.

El ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, nunca dejará de sorprender en política. Sin él, y en alguna menor medida, sin Blanco, Zapatero no aguantaría un envite. La mejor prueba, que Rubalcaba lograra ayer el doble récord de ser alabado hasta el notable por el PP, por su gestión durante la presidencia europea y, al mismo tiempo, ordenar él mismo la detención de algún relevante miembro del PP como el presidente de la Diputación de Alicante, José Joaquín Ripoll. Y todo ello, con el morbo añadido de que Rubalcaba avisó compasivamente a Rajoy antes de ejecutar la operación.



Esta columna versa sobre la habilidad política, no sobre el análisis de la corrupción en España, que no necesita un artículo, sino una enciclopedia. Entre ella, la del PP, que la hay. Eso llegará en su momento, según avance la investigación policial y judicial. Pero, de momento, lo importante es elogiar la habilidad del ministro socialista de Interior para desgastar al adversario con maniobras mediáticas de la más alta eficacia.
Desde que llegó, y superada la primera fase del sarampión negociador de Zapatero, Rubalcaba ha dedicado todos sus esfuerzos a acabar con dos grandes adversarios. Uno, de todos los españoles, Eta. Otro, suyo y del PSOE: el PP. Conociendo al ministro, seguro que prefiere acabar con Eta antes que con el PP, pero si puede hacer las dos cosas a la vez, pues estupendo.
Y, claro, un ministro con capacidad de disponer del aparato policial del Estado, es letal contra un adversario político. Por eso, el PP no alcanza a saber dónde y cuándo le caerá la siguiente bofetada, cuándo o dónde le lloverá el siguiente escándalo; a cuántos o a quiénes habrán pinchado el teléfono; cómo se desarrollará la próxima espectacular detención, y así sucesivamente.
Obviamente, Rubalcaba no es idiota, y cuando arranca, persigue o ejecuta una investigación contra el PP es porque tiene indicios suficientes de sus investigadores policiales al menos como para crear una duda razonable. La genialidad política es aprovechar esos indicios para poner con criterios de oportunidad banderillas de fuego al partido que le puede quitar el trabajo.
La peculiaridad del último caso de Alicante es que la Policía de Rubalcaba ya ha prescindido hasta del juez para practicar una detención. Esto se hace con criminales en delito flagrante, pero queda algo extraño cuando se produce en medio de una investigación que lleva dos años. La otra originalidad es que el asunto se lleva exclusivamente desde el Ministerio del Interior, en Madrid, sin que rasquen mucha bola las instancias policiales y judiciales del lugar del presunto delito.
El celo, por tanto, de Rubalcaba, es encomiable por dos motivos. Porque persigue sin tregua los delitos cometidos por el PP, y porque simultáneamente apoya con denuedo el éxito de Zapatero. Quienes, por el contrario, echan en falta el mismo celo de Rubalcaba contra la corrupción procedente de otras filas, como las socialistas, y a quienes no les gusta un pelo Zapatero, probablemente no estén contentos. Pero en el caso de Rubalcaba, hay que entenderlo. Él es un soldado, y tiene una bandera. Y no actúa por motivos personales. Son, simplemente, negocios.
Después de la gestión policial de Rubalcaba, si hay alguien del Partido Popular que no haya sido investigado, o escuchado, o interpelado, o detenido, es porque se aproxima a Teresa de Calcuta. Aunque yo no habría apostado por aquella santa, si hubiera ido en las listas de Rajoy.

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