Retazos de historia. La tragedia de Santander (3-11-1893)


"El día que ardió Santander". Luís Mollá.

En las primeras horas de la tarde del 3 de noviembre de 1893, la voz de que un barco ardía en el muelle de Maliaño corrió como la pólvora por las calles de Santander y buena parte de la población acudió en masa a la explanada (actual plaza de las Cachavas) situada frente al muelle número 3, dispuesta a no perderse un espectáculo tan espeluznante como poco habitual: amarrado al muelle, un buque ardía por los cuatro costados lanzando al aire una espesa columna de humo negro adornada por rojísimas lenguas de fuego.

En su popa, estampado en grandes letras doradas, aparecía el nombre del desdichado buque: Cabo Machichaco.



Procedente de Bilbao, el Cabo Machichaco se había presentado en Santander diez días atrás con una carga que sugería la fuerte expansión del ferrocarril: vigas, raíles y otros derivados de la metalurgia, además de 1.720 cajas de dinamita.
Bilbao padecía una epidemia de cólera y el buque tuvo que pasar la pertinente cuarentena alejado de los muelles, pero había prisa, de modo que una vez superado el trámite, y contra la ordenanza que obligaba a los buques que transportaban material inflamable a atracar en los espigones más alejados de la población, el Cabo Machichaco ocupó el número 3, prácticamente en el centro de la ciudad.


Declarado el incendio la multitud comenzó a concentrarse frente al barco alejada prudentemente del fuego, mientras una legión de marinos, bomberos y voluntarios espontáneos trataban de apagarlo con mangueras de agua y un improvisado hormiguero humano desfilaba por el portalón tratando de salvar baúles, maletas, libros, aparatos náuticos, muebles y cuanto pudiera salvarse.

Calle Cádiz destruida por el Machichaco.

Mientras tanto, a medio camino entre la multitud y el barco incendiado, el gobernador civil trataba de manejar la situación flanqueado por los ingenieros del puerto y el resto de autoridades de la ciudad, incluyendo al alcalde y varios de sus concejales, el gobernador militar, el coronel jefe de la Guardia Civil, los prácticos y un elevado número de militares y funcionarios.
La creencia general era que en las bodegas se concentraba material inflamable en abundancia, lo cual aconsejaba poner distancia al barco, sin embargo, el hecho de ver a las autoridades desafiando al fuego tan próximas a su foco empujaba a la muchedumbre a acercarse para palpar la tragedia en toda su intensidad. Mientras tanto el tañido de las campanas de la vecina catedral seguía convocando más y más almas frente al agónico buque. Aspirando el acre olor del humo alguien susurró la palabra dinamita.
Por unos instantes pareció que, conforme mandan las reglas de la naturaleza, el agua vencería al fuego, pues aunque la humareda seguía ascendiendo al cielo igual de opaca y densa, dejaron de verse las lenguas de fuego entre los retorcidos hierros. Los más atrevidos se acercaron a los contornos del muelle y se sentaron agitando las piernas sobre las aceitosas aguas. Viendo que el fuego remitía, el vapor Alfonso XIII se acercó al barco en llamas abarloándose para sumar el agua de sus bombas a la que ya lo alcanzaba desde tierra.
Fue entonces cuando sucedió. De manera simultánea y abriendo profundos cráteres a bordo, dos fortísimas explosiones elevaron al cielo santanderino una espectacular columna de fuego, entre cuyas horribles espirales flotaban al unísono los retorcidos trozos de hierro vomitados por las bodegas y centenares de cuerpos humanos destrozados, arrancados de cuajo al muelle por el efecto de la onda expansiva.
Con su capitán a la cabeza, la mayoría de los tripulantes del Cabo Machichaco murió en el acto y lo mismo sucedió con casi todas las autoridades. Entre el momento de la explosión y los días siguientes un total de 575 personas perdieron la vida y muchos de los más de dos mil heridos quedaron mutilados para siempre. La mayor parte de los fallecidos no murió a causa de la explosión en sí, sino debido a la metralla en que quedó convertido el cargamento de vigas y raíles. Del interior de la catedral, alejada unos doscientos metros, se extrajeron sesenta vigas de 300 kilos cada una.
La fuerza de la explosión produjo una serie de incendios en toda la ciudad para los que no quedaban bomberos, pues la mayoría habían perecido en el muelle.Aterrorizada, la población escapó de Santander buscando un refugio a salvo de la terrible catástrofe. Cuando volvió la normalidad, el cinco por ciento de los habitantes de la capital habían perdido la vida o se encontraban heridos, sin embargo, la noticia de que en el fondo de las aguas del muelle el Cabo Machichaco conservaba aún dinamita suficiente para terminar de volar la ciudad, impulsó a muchos a establecerse extramuros hasta pasados cuatro meses, cuando al fin se consiguió apartar el peligroso material.


El obispo Sánchez de Castro con los huerfanos recogidos
tras la explosión del Cabo Machichaco
Sobre la causa que se siguió, la justicia dictó años después auto de sobreseimiento, al no apreciar responsabilidades ni en la tripulación del barco ni tampoco en las autoridades en tierra.
Puede que el incendio del Cabo Machichaco consiguiera sofocarse al fin, pero el paso del tiempo nunca consiguió apagar la polémica sobre las causas ni las consecuencias de una tragedia que conmocionó en su día a la tranquila capital santanderina.
Gracias a Marta Tubau por hacerme llegar el librito “Pachín González”, magnífico testimonio de José María Pereda, testigo presencial de la tragedia, y a mi querido amigo y compañero Luís Jar, imprescindible narrador de desastres marítimos, que nos dejó también un testimonio impecable en la Revista General de Marina de noviembre de 2009.

Calle Méndez Núñez destruida por el Machichaco.

Comentarios

  1. Piensa. Si piensas, habla. Si piensas y hablas, escribe. Si piensas y hablas y escribes, firmalo. Si piensas y hablas y escribes y firmas, te llevo un bocata al centro penitenciario
    Muy buena página, y muy buena historia del rostro puro y terrible de nuestra patria
    En Francia han echado la culpa a otros del accidente de la explosión del último Concorde ¿será verdad?

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