El millón de empleos verdes...


Zapatero se ha empeñado en poner el listón de las mentiras alto, muy alto... tan alto que ya uno piensa que nos toma por subseres, animalitos o vaya usted a saber. La experiencia de sus predicciones en sus últimos años ha sido desoladora, tanto como para tildar de antipatriotas a todos aquellos que le advertían de esta crisis que nos asola, sólo por poner un ejemplo. La experiencia para él no existe, Zapatero se reestrena todos los días, como el armario de De la Vega. Y no existe la experiencia porque la voz de la misma, para él, no es más que un susurro del viento. Como buen sinvergüenza, está acostumbrado a caminar sin mirar atrás por riesgo de depresión, no quiere compañeros de viaje; quiere cabezas de turcos. No admite réplica ni consejo... ¿qué les voy a contar que ustedes no conozcan a estas alturas?


Ahora se ha descolgado con la promesa de 1.000.000 de puestos de trabajo generados por la energía verde y sus derivados, la ración de brotes verdes en su versión más ecológica hasta el momento. Lo dicho, el listón está tan alto que el día que caiga no quedará hueso sano ni de él ni de los cabezas de turcos que se prestan a ello a cambio de un ministerio, un buen cargo o una simple paga.


Os dejo un artículo de nuestro habitual Ignacio Camacho en el que se plasma la realidad que se empeña en negar el "campeón de las mentiras, el paro y la pobreza" .

Gafas de sol. Ignacio Camacho.


EL Gobierno podrá ganar o perder las elecciones —que más bien parece que las va a perder— pero hace tiempo que ha perdido la confianza. Nadie le cree, ni dentro ni fuera de España. Los mercados han vuelto a apretar la temida tuerca del spread, el diferencial que mide lo (poco) que se fían de nosotros, porque no ven en Zapatero a un gobernante capaz de ajustar los gastos y empiezan a darse cuenta de que las fusiones frías de las cajas de ahorro son un truco para enmascarar su falta de saneamiento. En el interior, la gente se mosquea cuando oye a la vicepresidenta Salgado retomar la cantilena del «no somos Irlanda»; cuando decía que no somos Grecia tuvo que congelar las pensiones y bajar el sueldo de los funcionarios. El zapaterismo es un estilo de gobernar basado en la retórica, pero los tipos que se juegan el dinero financiando nuestra deuda no están para milongas y quieren resultados, medidas, hechos. Y lo que ven es a un presidente parapetado en sus gafas de sol que después de asfixiarse corriendo detrás de Cameron saca pecho para prometer ante el G-20 un ficticio millón de empleos a base de energía verde. El campeón del desempleo quizá sepa que a estas alturas esa clase de faroles mueven a risa a sus conciudadanos pero por lo visto aún espera impresionar a los mandatarios internacionales. Si ya no cuelan ni los encantos de Obama no parece que nadie se vaya a tragar las cuentas de la lechera de su émulo circunflejo.
El asunto de la prima de riesgo se ha complicado con la pretensión alemana de que los tenedores (privados) de la deuda asuman parte del riesgo de rescate: es decir, que se coman una porción de las posibles pérdidas en caso de suspensión de pagos. Con Irlanda al borde del colapso esos tipos nos van a pedir más garantías, y mientras no se las demos se las cobran en la dichosa prima. Para 2011 España va a tener que pagar 27.000 millones en intereses de deuda, y subiendo. El miedo de los germanos no lo disipan ni Salgado con sus estribillos ni Zapatero con sus mantras de empleo sostenible. Quieren recortes de gastos e infraestructuras que muestren voluntad seria de pagar: un Estado más delgado con menos funcionarios, unas autonomías más austeras y unas cajas más solventes. El Gobierno no se atreve a ajustar más antes de las elecciones locales y autonómicas, y después tendrá que recurrir a más subidas de impuestos porque es incapaz de meter la tijera de podar en sus dispendios clientelares. Ésa es la realidad —ésa y el crédito particular cerrado porque si el Estado no se puede financiar en el exterior, los bancos menos— y Zapatero no la va poder camuflar con su estupenda melodía de empleo verde ni amarillo. La imagen del presidente con gafas negras en Seúl es la de un gobernante cegado por la abrasadora evidencia de la desolación financiera.

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