La coherencia por Bandera.

Ni usted, ni yo, ni nadie, sabemos cómo acabará la situación actual. España se ha convertido en un torbellino donde cada día que pasa sugiere que algo peor nos espera. La gravedad del caso Bárcenas,o del caso Félix Millet –¿alguien se acuerda?– entre tantos otros, es que damos por descontado de que los políticos roban o son corruptos por naturaleza. No confiamos en ello. “¡Si hasta Abraham Lincoln usó la corrupción para lograr sus objetivos, por buenos que fueran!”, comentaba escandalizada una persona que fue a ver la excelsa película que Steven Spielberg ha dirigido sobre el expresidente estadounidense.


Cualquier ciudadano en una democracia desarrollada es capaz de soportar –y mirar para otro lado– cierto nivel de corrupción y defraude. No nos engañemos. ¿Quién no ha pagado nunca una factura sin IVA? ¿En la tienda de comestibles de la esquina, en la barraca de feria de las fiestas del pueblo o el barrio, al peluquero, o a Pepe Gotera y Otilio? “Total, ¿para qué, si el Estado nos roba?”, es una expresión oída cien veces. El sistema no es perfecto y los ciudadanos nos rebelamos.

También con el sector privado. Ayer vino un técnico de Balay a ver la nevera de casa (cinco años de vida), que no funcionaba. Estuvo veinte minutos, cobró 55 euros (IVA del 21%) e hizo un presupuesto para arreglar el motor del electrodoméstico por 451,33 euros. Me dice, con la mejor bonhomía: “Le aconsejo que se compre otra.” Llamé al 902 de Balay para pedir explicaciones y me tratan como a un apestado. “Ya le llamarán del servicio” de no sé qué, me dicen casi chillando. Balay ha perdido un cliente para siempre. Al menos, la ley del mercado aún funciona. Estamos hartos de que nos tomen el pelo. Nuestro mundo se está resquebrajando y, ocurre a menudo, pagan justos por pecadores. 


Hay políticos honrados, al igual que hay empresas –muchísimas– que hacen muy bien las cosas y saben qué hacer para tratar bien al cliente, vender y ganar dinero. Pero la sensación de “estoy cansado de ser un pardillo” está imponiéndose. No es una indignación de tienda de campaña y hippylandia. Es una indignación que empieza a asomarse a todas las clases sociales. Sobre todo, a las clases medias, que han perdido el horizonte. ¿Hay que censurar a la persona que trabajaba en la construcción, con dos o tres hijos, y que hoy pega carteles en las farolas de las calles ofreciendo sus servicios para demoler paredes, cambiar ventanas o pintar?  No voy a juzgar porque, como dice un buen amigo, no es fácil si no se contemplan todos los factores ni se tiene toda la información. Sabemos mucho menos de lo que aparentamos. La información política ya marca el rumbo económico y la confianza en el país. La prima de riesgo y la bolsa se mueven acorde con la  última filtración periodística o frase del político de turno. No es solo España. La posibilidad de que el cómico Beppe Grillo y su partido M5E sean la clave para la gobernabilidad de Italia, mantiene en vilo a Europa.

Mientras tanto,el tic-tac del paro sigue en aumento y las inversiones que requiere España para crecer pueden frenarse ante la creación de más incertidumbres. Por fortuna, decisiones como las de Nissan de seguir apostando por fabricar vehículos ya se han ejecutado.


En el libro Porqué fracasan los países, Daron Acemoglu y James Robinson defienden apasionadamente que, al final del día, lo importante es la estabilidad de las instituciones, la seguridad jurídica, la existencia de un sistema capaz de regenerarse y poder reconducirse desde dentro en caso de que le salgan llagas y enferme. Cualquier solución mesiánica o iluminada puede llevarnos al sumidero. Mucho cuidado con los salvapatrias a la vista que juzgan con demasiada facilidad.

Comentarios

  1. curiosamente solo una persona ha recomendado prudencia con este asunto

    Nadie le ha hecho el menor caso.

    Me refiero a Felipe Gonzalez

    En el psoe se ve que creen no necesitar de inteligencia

    Lo malo es que lo vamos a pagar todos de nuestras costillas

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