El PPSOE nos toma por tontos y el adiós a un icono español; D. Alfredo Landa.

No creen en los ciudadanos, no creen en la iniciativa privada, no creen en el espíritu emprendedor, no creen en la capacidad de nuestras empresas para salir de la crisis, no creen en el esfuerzo de los españoles para afrontar las dificultades. Rajoy y Rubalcaba no creen en nuestras fortalezas. Sólo confían en sí mismos y en su capacidad para seguir convenciéndonos de que sin ellos estaríamos aún más huérfanos y sin horizonte.

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Su objetivo es hacer como que cambian las cosas para que nada cambie, y salvaguardar así su estructura de poder, un sistema político clientelar que se fundamenta en mantener a parientes, amiguetes y enchufados en los miles de organismos que existen en la Administración. Son esas estructuras que siempre prometen liquidar y que nunca lo hacen. ¿No iba Rajoy a suprimir las 3.000 empresas públicas que sobran? ¿No pensaba el PP cerrar las televisiones autonómicas que fueran deficitarias, es decir, todas? ¿No se prometió reducir la mastodóntica Administración que financiamos?

El debate político del miércoles fue, una vez más, un compendio de vaguedades, eufemismos, palabras huecas, reproches y falsas promesas. Provoca vergüenza ajena asistir a ese partido de ping pong entre Rajoy y Rubalcaba acusándose mutuamente de la herencia recibida y tirándose uno a otro parados a la cabeza como si se tratase de tomates. Ninguno de los dos parecen ser conscientes del daño irreparable que están haciendo a la sociedad española, con el agravante de que han roto las ilusiones de toda una generación de jóvenes, a los que no se ofrece ni un hilo de esperanza.


Rajoy sigue empeñado en una política de recortes y de subida de impuestos que está estrangulando al país y que ha provocado que la cifra de paro supere los 6 millones. El miércoles volvió a ratificar su estrategia: “Que nadie espere bandazos ni vacilaciones; continuaremos con la misma política, que es la que da resultados palpables”. Una política que puede calificarse de ortodoxa desde el punto de vista macroeconómico, pero que no sirve para una situación de emergencia nacional como la que tenemos.

Es imposible crear empleo si se castiga a las empresas con más impuestos, no se ofrecen incentivos a los emprendedores -empiezo a dudar de que algún día se llegue a aprobar la tan cacareada Ley de Emprendedores-, no se facilita el acceso de las pymes al crédito y se recortan al límite los apoyos (inversión, I+D, formación...) al crecimiento de las empresas.

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Castigar fiscalmente al ciudadano y al tejido empresarial puede haber servido para reducir el déficit público, pero a costa de provocar más pobreza y desatar en la sociedad una serie de conflictos que amenazan la convivencia.

Tampoco escucha Rajoy a los que le reclaman un Gran Pacto contra el paro, que resulta más necesario que nunca y que tendría que incluir bajadas de impuestos y cotizaciones a las empresas, medidas concretas -y no sólo palabrería- de fomento para los emprendedores, mejoras en la financiación de las pymes y una mayor flexibilidad laboral, que podría incorporar los tan debatidos minijobs. El empleo precario no gusta a nadie, pero es mucho mejor que tener millones de jóvenes ninis.


El miércoles se volvió a hablar lo único en lo que parecen estar de acuerdo todos los españoles -menos Rajoy y Rubalcaba, por supuesto,- y es en que resulta necesario adelgazar el Estado y revisar a fondo el modelo autonómico. La economía no se puede permitir ya mantener a los cien mil cargos políticos que hay en España y es imposible costear la nómina de más de tres millones de funcionarios.

Las administraciones públicas se han convertido en un enorme agujero negro, en un monstruo mal gestionado, y que sólo ha servido para el dispendio, el gasto suntuario, los lujos, las inversiones megalómanas, el enriquecimiento de caciques regionales y el nacimiento de nuevas oligarquías vinculadas a los poderes políticos. Sólo evitando duplicidades y redundancias entre el Estado central y los autonómicos podrían ahorrarse cincuenta mil millones, el triple de lo que el Gobierno va a recortar en educación y sanidad.

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Pero ni PP ni PSOE están dispuestos a reformar un sistema que sirve para colocar a sus correligionarios, aún a costa de que los ciudadanos tengan peor sanidad y educación. Rajoy y Rubalcaba cercenan la libertad de los ciudadanos para poder elegir lo que hacen con su dinero y requisan el ahorro de empresas y particulares, en forma de impuestos, para mantener un Estado inoperante e ineficaz.

Rajoy y Rubalcaba nos toman por tontos y se llenan la boca con eso de servir al país, cuando lo único que quieren es atar las manos al ciudadano, no vaya a ser que se sienta libre y empiece a pensar que el problema de España es la estructura del Estado y sus políticos.

Adiós D. Alfredo, alla en el cielo que nos veremos.

Ayer murió, a los 80 años de edad, D. Alfredo Landa, ese actor que traspasó la pequeña y gran pantalla para sentarse a nuestro lado en el salón y compartir con nosotros un complicado trozo de la historia de nuestro país con una sonrisa en la boca, alguna que otra lágrima en la mejilla y desnudar muchas  vergüenzas propias en el alma.


 Porque no hubo, ni habrá, nadie que se disfrace mejor de Pepe, o Manolo, o todos nosotros que D. Alfredo. No hay nadie al que le siente mejor tanto el uniforme republicano como el nacional. No habrá nadie con el que nos identifiquemos más que con él cuando abordaba suecas sin acomplejarse de su tamaño chaparro, sus gruesas y pobladas cejas y su catetura por bandera. No habrá otro que nos regale un mapa mejor para descubrir el Dorado de emigrar a Alemania cuando el río baja seco en nuestra vieja piel de toro.

Gracias Alfredo, gracias por compartir con nosotros el cambio del Telefunken en blanco y negro al Philips de color. Por cambiar la socorrida pana por el moderno vaquero. Por traspasar la frontera e ir juntos a Perpiñán sin salir de Albacete. Por preguntarte en voz alta las cosas que nos preguntamos todos los españolitos que venimos aquí a purgar...

Por preguntarte las cosas que nos preguntamos todos los españolitos que venimos aquí a purgar...

Adiós maestro, en el cielo nos veremos.

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