El reino del suplicio
Allende de la nada, alumbrados por negras lágrimas como luceros,
desamarró sus dedos de los míos y la luz vomitó a otro lado, lejos, su alborozo.
Aquí donde el dolor es parido se calan los huecos vacíos de un rostro confuso,
un rostro de sol sin fulgor y calor, un rostro sin fondo y figura, sin el brillo huido
a espureos ojos que ahora la contemplan desnuda... un rostro mío.
Caídos en la frontera con la tragedia fluyen mis recuerdos y quietos latidos
y acompasado por girones de gritos me torturo, torturo y torturo...
El dolor, el fin y el silencio desfilan en tañida comitiva, con un sutil rebato,
frisando mi cuerpo helado y, por más que me niegue, reverencio y sigo
porque son presente -ruido-, eternos señores de mis resecos sentidos.
Ahí, en la ciudad sin nombre, en el país del olvido, en un mundo perdido,
en el universo de su ausencia me torturo, torturo y torturo...
La Cartago oprimida, la Atenas humillada, la Roma en llamas y su recuerdo;
pretéritos cardinales que me despojan el pecho a mordiscos,
del que brota amarga alloza y escapa su espectro mortecino.
Justamente ahí, entre mis custodios vencidos -una vez legendarios-
en saqueadas ruinas, me torturo, torturo y torturo...
Puerto desierto, mar enlutado, el ancla en su boca muda y quietos labios;
procesión de astillas y condición de mi náufrago y huérfano destino.
... Me torturo, torturo y sufro.
Deméter.
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