"Tirar de la cadena". Ignacio De la Rica.

Ignacio De la Rica.

 Cuando veo agitar banderas, me invade la modorra. Me dan ganas de dormir una siesta y no volver a abrir los ojos hasta que la oscuridad no deje distinguir los colorines de las dichosas banderas. Me parece increíble que, a estas alturas de la civilización, gente que presume de “progre” nos amenace con el regreso a un pasado estéril. Es como si me hablan de una invasión de extraterrestres.

Pero parece obvio que estoy equivocado. No se puede negar que en Cataluña existe un sentimiento independentista, pero tampoco que ha crecido de arriba hacia abajo; que, debido a sus necesidades perentorias, la minoría dirigente ha recurrido a la política de los mitos. ¡Qué insensatez! A lo largo de la historia, los mayores encontronazos rondan una mentira recurrente: un pasado idílico, un presente insoportable y la promesa de un futuro feliz, todo mediatizado por el mismo enemigo.

Aunque solo sea para conocer la dimensión del problema, parece inevitable que llegará el momento de contar. No sirve decir que “en picos, palas y azadones, cien millones”. Los partidarios de la ruptura son mentirosos. Si retuercen la historia para conseguir su propósito… Sus cuentas no sirven. Ni tampoco oponer la mayoría silenciosa porque en ella se esconden churras y merinas. Para contar hay que votar.

No veo mayor problema en preguntar por la independencia en Cataluña; pero supongo que los independentistas concederán el mismo derecho a preguntar por el federalismo. Eso sí –¡por Júpiter!–, antes de preguntar, defínanse con pelos y señales las competencias del Gobierno Federal, de los estatales y de los ayuntamientos. ¡No más emplastes!

Yo haría dos consultas. Una en Cataluña dando a elegir varias opciones, pero haría otra previa preguntando al resto de los españoles si quieren que Cataluña siga en España. ¡No es broma! No sé lo que saldría; pero si se pretende escuchar a la mayoría silenciosa, o a la minoría bullanguera, habrá que poner el oído. Tan bueno es que los españoles escuchen a los catalanes como que los catalanes escuchen a los españoles. ¿Y si lo que quieren es una miqueta de cariño? A lo mejor se les ablanda el corazón si les cantamos “no te vayas, todavía…”. O al revés; podría ser que los españoles estén hasta la coronilla de los catalanes y quieran tirar de la cadena.

Puestos a derrochar energía, tiempo y dinero hay que llegar al fondo. La cuestión catalana no debe tomarse a chufla. Es un asunto muy serio porque esta gente que se siente diferente nos quiere hacer retroceder 300 años en la historia.