La difícil y necesaria recuperación industrial española y el polvorín ucraniano que amenaza con explotar.

El encuentro Global Forum Spain que se celebró ayer en Bilbao sirvió al presidente Rajoy para exhibir ante una nutrida representación de autoridades europeas e inversores internacionales la recuperación de la economía. Un mejoría certificada por la directora gerente del FMI, Christine Lagarde. Las empresas allí presentes, no obstante, pusieron el dedo en la llaga: los daños provocados por la gravísima crisis recién superada sólo podrán subsanarse si se repara la pérdida del tejido productivo sufrida en los últimos años. Aunque se ha acentuado el perfil de una economía volcada en el sector servicios con capacidad demostrada para competir con éxito a nivel internacional, el mercado doméstico debe seguir teniendo un rol esencial como garantía de que la recuperación sea sostenible y fomente la creación de empleo a un ritmo razonable como para absorber la abultada cifra de parados. La desindustrialización a marchas forzadas de la economía nacional ya provocó el pasado mes de octubre una advertencia explícita de las autoridades europeas al Gobierno de Mariano Rajoy. 


La ausencia de una política industrial coherente durante las últimas décadas, cuyas consecuencias se vieron acentuadas por las apuestas desafortunadas y muy costosas del anterior Ejecutivo, principalmente en materia energética, derivó en un debilitamiento del tejido productivo en España que explica que el impacto de la crisis en términos de empleo haya sido mayor que en otros países europeos con un mercado laboral en teoría equivalente. En este sentido, la improvisación seguida por el actual Gobierno y la inseguridad jurídica generada por algunas de sus decisiones más polémicas suponen un impedimento claro para restablecer el dinamismo de una industria fuerte y generadora de nuevos puestos de trabajo. La contrastada recuperación de la economía española cuenta con el aval de los inversores y organismos internacionales. Y el Ejecutivo tiene que aprovechar el margen de maniobra adicional que concede ese reconocimiento (cuya principal plasmación es el abaratamiento del coste de la deuda soberana y la mejora del ráting crediticio) para impulsar las medidas necesarias para lograr un mayor y mejor crecimiento económico. Lagarde reclamó reducir la deuda de las empresas y las cotizaciones sociales, mientras que las empresas pidieron, además, acabar con la volatilidad actual de los costes de la energía.

El polvorín ucraniano tensiona los mercados.

Los efectos en cadena de la crisis ucraniana y la posterior intervención unilateral de Rusia amenazan con tensionar no sólo las relaciones con la Unión Europea –hacia donde pivotan los nuevos dirigentes de Kiev–, sino también con EEUU y, por ende, resucitar la bipolaridad vigente durante las etapas más oscura de la Guerra Fría vivida entre Washington y Moscú entre 1945 y 1991. El principal temor de los mercados es una potencial escalada de la tensión geopolítica que se traslade a la economía y agrave el desgobierno en que se encuentra sumida Ucrania, un enclave estratégico en aspectos tan sensibles como la distribución del gas ruso hacia Europa o el control marítimo del acceso asiático al Mediterráneo. 


La severa reacción de ambas potencias y de la OTAN al envío de tropas por parte del presidente ruso, Vladímir Putin, a su país vecino con el fin, supuestamente, de garantizar la defensa de sus instalaciones militares en territorio ucraniano permite presuponer que se esfuman las posibilidades de una solución de consenso bajo la tutela de la comunidad internacional a la inestabilidad generada en Ucrania tras la caída de Víktor Yanukovich. 


Los índices bursátiles de todo el mundo se tiñeron ayer de rojo, especialmente en los mercados más expuestos, como la propia Rusia. Europa vuelve a enfrentarse a su incapacidad para hacer valer su peso específico en el escenario global, mientras Putin trata de recuperar la influencia perdida y evitar nuevas deserciones a la causa rusa entre las antiguas ex-repúblicas soviéticas. Pero Ucrania es un polvorín con peligrosos condicionantes sociales, políticos y religiosos que puede acabar en una voladura no controlada de consecuencias imprevisibles justo a las puertas de la UE. Los líderes europeos, que durante tres meses no supieron responder a las peticiones de ayuda de la oposición ucraniana proeuropea, deben ejercer ahora un papel esencial para resolver esta crisis y no limitarse, como ha sucedido tristemente en otras ocasiones, a ejercer de comparsas de la diplomacia de EEUU.

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