El bipartidismo languidece, los extremos se benefician y la UE peligra por el auge euroescéptico.

El escenario que dejan las elecciones europeas de ayer es sensiblemente peor de lo que habían previsto los dos grandes partidos. No sólo por el fuerte voto de castigo que recibieron, casi en el mismo grado, PP y PSOE, sino sobre todo porque la temida abstención por el descontento existente con la clase política debido a la gestión de la crisis económica no se produjo, sino que ese electorado se decantó por respaldar a formaciones minoritarias que contarán con una importante representación en el Parlamento Europeo. Junto a la mejora de partidos como IU, UPyD o ERC, que se convirtió en el más votado en Cataluña, fue sorprendente la irrupción con fuerza de la coalición de izquierda radical Podemos, que logró cinco escaños, un respaldo muy superior al que preveían las estimaciones más optimistas.


Desafección. Estos resultados abren un horizonte desconocido en España, puesto que los dos grandes partidos que en las últimas décadas han representado la alternancia en el Gobierno, obtuvieron menos del 50% del voto. Parece obligado un análisis de las causas que han llevado a esta situación. Es cierto que la desafección respecto de la política que ha crecido con fuerza a raíz de la crisis –como demuestra la entrada meteórica en el escenario de Podemos, formación en la que se engloban los colectivos que se han movilizado desde el 15 de mayo de 2011 en las principales ciudades de España–, pero también que la torpeza de PP y PSOE para ofrecer soluciones a los grandes problemas de los españoles, en especial el desempleo, y el estallido de múltiples casos de corrupción que han afectado a dirigentes de ambas formaciones. El colofón ha sido una campaña electoral desafortunada y con tintes demagógicos, que les ha hecho perder votos en sus bastiones tradicionales.


En clave catalana, el fortísimo ascenso de ERC, que triplicó el respaldo popular obtenido en la anterior convocatoria, y una leve mejoría de CiU contrastan con el descalabro histórico de los socialistas, que perdieron prácticamente la mitad de los votos que obtuvieron hace cinco años, y también del PP, relegada como la quinta formación política en esta comunidad autónoma. Los nacionalistas, que habían planteado las elecciones europeas como un refrendo a su deriva independentista y querían pulsar el apoyo real a la consulta convocada para el próximo 9 de noviembre, salen reforzados de esta cita con las urnas, aunque con un cambio en las tornas, ya que ERC se convierte por derecho propio en el primer partido de Cataluña. Algo que seguramente se plasme en un envalentonamiento de esta formación, bien para forzar al presidente Artur Mas a que finalmente convoque el referéndum aunque no exista autorización del Gobierno, bien para obligarle a un adelanto electoral con claro carácter plebiscitario en que saldrá beneficiada Esquerra.

Nigel Farage, el líder euroescéptico inglés se proclamó como el gran vencedor de las europeas en Inglaterra.

A nivel europeo, junto a la amplia pérdida de votos del mayor grupo en la Eurocámara, el Partido Popular Europeo, el protagonismo fue para las formaciones extremistas que cosecharon amplios porcentajes de voto en países como Francia (donde el Frente Nacional de Marine Le Pen se convirtió en primera fuerza política), Dinamarca, Austria o Hungría, mientras que los euroescépticos dieron la campanada en Reino Unido, Italia o Grecia. No cabe duda que el descrédito de las instituciones europeas ha pesado mucho en estos resultados, que deben mover a una reflexión profunda en toda Europa sobre los problemas de raíz que los han causado y que han llevado a muchos europeos a optar por la opción más extrema de cuantas tenían a mano. Aunque la gobernabilidad del Parlamento Europeo quedaría garantizada si finalmente se concreta el acuerdo de gran coalición entre conservadores y socialdemócratas que la canciller alemana Angela Merkel dejó entrever hace días, la UE no puede obviar la caterva de radicales que anidará dentro de unas semanas en una de sus instituciones nucleares con el único objetivo de destruirla desde dentro.

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