El arte del engaño

Las infinitas posibilidades actuales de reproducción técnica van modificando el valor de los objetos y parace probable que en el próximo siglo desconozcan el término «pieza única» y cien imágenes clónicas de un cuadro sean tan genuinas como ahora nos lo resulta el ejemplar cincuentamil once de un lapiz Faber Castel de punta fina. Walter Benjamin afirmaba que la mera confrontación del original con su idéntico falso, destruye el aura ritual de la obra maestra, y Duchamp y Warhol jugaron bastante con el tema de lo uno, lo múltiple y el valor de la mirada. 

En el Metropolitan Museum de Nueva York, experimentaban con el espectador cuando colgaron sin previo aviso y con cámaras ocultas una serie de copias irreprochables en sus salas, y la teoría del arte y su doble se desató encabezada por Umberto Eco, en el palacio Strozzi de Florencia con la exposición «Museo de museos», dedicada a réplicas de obras maestras. Sólo por indignación, mostró la Fundación Cartier de París las copias que se hacen de la casa; los señores de Lacoste gastan buenos millones en enseñamos a reconocer entre los caimanes, el verdadero cocodrilo y la empresa Rolex tiene prensas especiales que se ocupan de machacar los relojes falsos. El miedo a la copia causó un descenso inesperado en los precios de las obras de Dalí, el artista contemporáneo mejor y más copiado, como en su día lo fue Modigliani, quien aunque indolente y de muerte temprana, se calcula que trabajó durante 20 años a destajo para responder de todas las obras que hoy llevan su nombre. 

Es curioso, por el contrario, que Mondrian, pintor ante el cual se paran cada día muchas parejas por la famosa frase «pero si esto lo hago yo», ha resultado ser el inaccesible a los intentos de todos los ambiciosos copistas. En un momento en que la verdad no pasa de ser mera conjetura, las búsqueda de la autenticidad como valor empieza a resultar ingenua y en cierto modo estéril, más aún cuando sabemos que al propio Heidegger, dedicado de por vida a encontrar el ser en sí en contraposición con el ser que parece, le engañaron como a un chino con un manuscrito de Tomas de Erfurt que él comentó con certeza como si de la «Geometría especulativa» de Duns Scoto se tratase. En medio del torbellino falsario, el British Museum organiza la exposición « ¿Falso?. 

El arte del engaño» y nos recuerda que el sentido del humor nacional no se reduce al Punch y «El club de los zánganos» de Wodehouse. Si bien en los epígonos del siglo XX sólo se crean copias con afán de lucro y se compran, a menudo con consciencia de su falsedad, en vano intento de aparentar un status superior al real (falsarios pues, tanto el creador como el receptor).

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