Los humanos están hechos para correr largas distancias

A lo largo de millones de años, la evolución ha moldeado el cuerpo humano no solo para caminar, sino para correr. Pero no cualquier tipo de carrera: los humanos sobresalimos en la capacidad de correr largo y lento, en comparación con otras especies. 

¿Por qué? ¿Para qué podría necesitar un ser humano correr maratones antes de que existiera el atletismo? Es una historia de adaptación, supervivencia y anatomía que nos cuenta el origen de una habilidad fascinante: la resistencia humana.


La caza de persistencia y la supervivencia

En tiempos remotos, nuestros antepasados cazadores-recolectores no contaban con herramientas avanzadas o la fuerza de los grandes depredadores. Sin embargo, desarrollaron una técnica única: la caza de persistencia. La estrategia consistía en seleccionar a una presa, como un antílope, y perseguirlo a ritmo constante durante kilómetros y kilómetros. A medida que la presa huía, agotaba su energía con cada escape; mientras, el humano, adaptado para correr largas distancias, podía seguir a ritmo constante, manteniéndose fresco en comparación con el animal agotado.

La biología que nos hizo corredores

Nuestro cuerpo también se adaptó para este propósito. Algunas características que facilitan la resistencia incluyen:

1. Pies y piernas diseñados para resistir impactos: El tendón de Aquiles y el arco del pie funcionan como resortes naturales, amortiguando cada paso y devolviendo energía en cada impulso.

2. Enfriamiento eficiente: A diferencia de muchos mamíferos, los humanos carecemos de una densa capa de pelo y, en su lugar, tenemos glándulas sudoríparas repartidas por todo el cuerpo. Esto permite que podamos regular nuestra temperatura corporal incluso después de horas de actividad física.

3. Músculos y postura equilibrada: Los músculos de nuestras piernas están orientados para resistir movimientos repetitivos. Además, nuestra postura erguida distribuye el peso de manera eficiente, permitiendo que corramos sin tanta pérdida de energía.

La mente también juega un papel clave

Correr largas distancias requiere una capacidad mental que nos permita mantener el ritmo. Estudios sugieren que los humanos desarrollaron una “mente de resistencia”, una capacidad para soportar el dolor y el agotamiento. Esta resiliencia mental puede ser igual de importante que la física.

Una adaptación que sigue viva

Hoy en día, correr maratones o ultra-maratones se ha convertido en una actividad recreativa para muchos, una forma de retomar esa conexión con nuestras raíces de cazadores-recolectores. Ya no perseguimos antílopes, pero el deseo de correr sigue vivo, recordándonos el poder de nuestra historia evolutiva.

Correr largas distancias es, en el fondo, parte de lo que somos como especie. Nacimos para correr lejos, no para ser los más rápidos, sino para ser los que pueden seguir. Al hacerlo, volvemos a conectar con esa versión de nosotros mismos que superaba las adversidades kilómetro a kilómetro, paso a paso.

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