Después de la borrachera. Cristina Losada.
Ignoro si hay libros de autoayuda para el fenómeno en el que andamos metidos, que es el de un país que tras creerse rico, se empobrece. Pero esos manuales harán falta. Aunque antes de buscarlos tendrá que aceptarse que somos unos venidos a menos. La sociedad española, y no digamos los políticos, se asemeja hoy al estereotipo del aristócrata arruinado que se niega a reconocer su desgracia y se comporta como si aún le sobrara el dinero.
No sólo aquí se opone resistencia a la tozuda realidad, pero lo nuestro es de traca. En Francia, la población está, al menos, convencida de que es preciso reducir el gasto público y embridar déficit y deuda. Apoya una política de austeridad, aunque desea que el esfuerzo lo hagan otros. En España, todavía no ha traspasado la barrera epidérmica la noción de que el ajuste es indispensable y que no hay vuelta de hoja. Y, desde luego, nadie quiere que le toque.
La primera reacción española ha sido a la italiana: Piove, porco governo. A buenas horas. El porco governo ha agravado sobremanera las cosas, pero lo ha hecho con el inequívoco mandato del electorado. Por dos veces, y la última cuando la crisis ya mostraba más que la patita y el que la quería ver, podía verla. Ahí le duele. Se prefirió a los mensajeros de buenas noticias. A los optimistas y no a loscatastrofistas. A unos alegres repartidores de chuches frente a unos ceñudos acólitos de la Virgen del puño. Lo cual no significa que se pueda desviar la responsabilidad. Pero se comparte.
En España hemos padecido "una especie de borrachera del nuevo rico que nos hace olvidar que un día fuimos pobres y que nos lleva a pensar que el progreso crece de forma espontánea, sin trabajo", apunta Xavier Roig en La dictadura de la incompetencia. Las sociedades que inventaron el "estado del bienestar" –recuerda el autor– tuvieron que hacer un esfuerzo extraordinario, mientras que aquí nada de eso. Con la colaboración estelar de los gobiernos, hemos creado una "economía holgazana" y una sociedad adicta al "Estado custodio". Y ése es un lastre funesto. Acostumbrada a la protección, enganchada a "derechos" inalienables, sin cultura del esfuerzo, España llega desvalida al final de la fiesta que tutelaba papá Estado.
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