Estado de las autonomías españolas. Andalucía, al filo de lo inconcebible.

Hoy vamos a exponer datos de la autonomía que, quizás junto a Extremadura, posee los datos más aterradores de cuantas autonomías componen el país. Andalucía tiene la desgraciada y deshonrosa suerte de liderar estadísticas tan bochornosas como ser la región con mayor índice de población en el umbral de la pobreza; nada menos que algo más del 30% (hay países en vías de desarrollo con mejor tasa que la andaluza), la segunda autonomía que encabeza las listas de paro tras Canarias, la autonomía con mayor índice de analfabetos del país y unas de las tasas más altas de todos los países que componen la OCDE (los 28 más avanzados del planeta).

Y estos datos traen consigo otros añadidos que son tan vergonzosos o más que los anteriormente descritos: la comunidad con más casos de corrupción política del país, líder indiscutible en casos de violencia de género y, por supuesto, ser la más pobre junto a Extremadura de todo el país. Pero a mí el que más me duele es el de ser la primera comunidad del país en producir "fugas de cerebros" y emigración de sus jóvenes más cualificados ante la falta de perspectivas... como andaluz me destroza este último dato, a este tema dedico el artículo del post.

Para que vean que no exagero, ahí os dejo links:



Andalucía es feudo socialista desde que consta como autonomía en este periodo de democracia que inauguramos en 1975. Desde hace 32 años, el partido socialista gobierna en ella y el socavo y destrozo institucional ha sido imparable. Para las próximas elecciones se espera que, por primera vez en este periodo democrático, el PP gane las elecciones... aunque no se descarta que PSOE y IU pacten para seguir instalados en la Junta de Andalucía como formaciones predominantes, un lujo que Andalucía ya no se puede seguir permitiendo.

Aquí os dejo un reciente artículo que versa sobre la fuga de cerebros y emigración de Concha Caballero, articulista y periodista de "El País".

Las ilusiones perdidas. Concha Caballero.

No se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más preciados: un portátil, un móvil de última generación regalado por un familiar o conseguido a base de una lucha de puntos sin cuartel. Suelen tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de Internet. Se van a hacer un máster, o han logrado una mal llamada beca Erasmus que costará a la familia la mitad de sus ahorros. Otras veces van a hacer de au-pair, de auxiliar de conversación, o a cualquier trabajo temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de embarque y mientras se alejan disimularán unos su pena y otros su incipiente desamparo. "Es por poco tiempo -se dicen-. Dominarán el idioma, conocerán mundo... Regresarán en pocos meses.
Hasta hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más embarazosa, la despedida más triste y el fantasma de la ausencia definitiva más cercano.
No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron allí hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que puede encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí no hay nada.
Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras.
No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. "Mi hija está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier", "se fue a Dubai" son frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país.
En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin límites, con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.
No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda Europa y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.
No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-nis que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos

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