España o el gran drama del paro. Séneca.
Las últimas encuestas a nivel nacional han vuelto a recalcar que el problema que más preocupa al españolito medio es el paro, a una holgada distancia de la economía y los políticos. Y tienen motivos para preocuparse; España, hoy por hoy, lidera el ranking de paro de la U.E y de todos los países avanzados del planeta.
Para colmo de males, en tan difícil tesitura se ha encontrado gobernada por un gobierno incapaz de contener tan tremenda hemorragia y con una situación internacional ciertamente difícil que no ayuda en absoluto a la creación de una inercia exterior que relance la creación de empleo o, al menos, expectativas para ello.
El reciente anuncio del abandono de la actividad comercial de la multinacional Pc City en el país y los planes de saneamiento de la alimentaria BIMBO no son otras que dos muescas más en la sangría que viene padeciendo el país. Entre las dos grandes empresas sumarán casi 2.000 despidos en este mes de abril...
Pero no crean que son las multinacionales las que más colaboran a la destrucción de empleo, los datos de la pequeña y mediana empresa son dramáticos. Su presidente, en una entrevista que subiré mañana al blog, revela que se han destruido en el país más de 450.000 empresas (¡casi "ná"!) desde que comenzó la crisis y que las tímidas reformas en el apartado laboral del ejecutivo socialista no han servido para nada. No ha dudado Jesús Terciado, el Presidente de CEPYME, en pedir que Zapatero convoque elecciones si no es capaz de acertar con las reformas al respecto. El presidente de CEPYME es uno de los muchos españoles, el 80% de la población según las últimas encuestas, que pide a Zapatero su marcha visto la eficacia de su gobierno ante tal drama.
¿Y cómo afecta todo esto al español de a pie de calle?, pues empujándolo a la desesperación, a la depresión y, en un número de casos que crece cada día más de forma alarmante, a emigrar fuera de España para poder desarrollar una actividad laboral que le propicie, al menos, lo mínimo para difrutar de una decente subsistencia.
Nuestro juglar preferido, Pérez Reverte, dedica un precioso artículo al nuevo emigrante español, esta semana en el "XL Semanal", y que merece la pena leer, como todo lo que escribe el bueno de D. Arturo, por la claridad con la que nombra a las cosas por su nombre y lo directa que resulta su denuncia. Aquí os la dejo para que la disfrutéis íntegramente:
Los que no salen en la foto. Arturo Pérez Reverte.
También están ellos. Y ellas, como diría algún ministro imbécil. Los que no fueron a buscar nuevos campos de batalla para sus empresas. La pobre y maltrecha infantería que no es fiel sino a sí misma; y eso sólo cuando puede. Los mercenarios en busca de un amo que les dé de comer, sea quien sea: cualquiera que asegure dos mil euros al mes y un futuro a corto o medio plazo. Los que no se van con ademán heroico sino por la puerta pequeña, discretamente, dejando atrás a padres, madres y novios que los echan de menos. Alejándose para mucho tiempo de la gente querida, a la que, muy de vez en cuando, visitan en vacaciones cada vez más cortas, sabiendo que no podrán estar con ellos cuando vayan al hospital, o mueran; y a los que, si alguien avisa con tiempo, quizá lleguen a acompañar en su entierro. Aunque también puede ocurrir que haya suerte, y los padres, o el perro que acompañó su vida durante diez o doce años, esperen a morirse cuando están en casa, de vacaciones.
Se llaman María, Noemí, Héctor, Manolo. Tienen cerca de cuarenta años, se fueron de España hace tres o cuatro, y no salen en los dominicales de los diarios: en esos patéticos reportajes dedicados a convencernos de lo orgullosos que debemos sentirnos de que el mundo esté salpicado de jóvenes españoles que se buscan la vida fuera. A su edad no son tan fotogénicos. No lucen posando con bata de laboratorio en Oslo, con gorro de cocinero en Berlín, con camiseta de baloncesto en Nueva York. Ni siquiera valen para la foto en EPS o XLSemanal de camarero guapo y veinteañero que friega platos, sólo de momento, en un local de moda de Londres o Nueva York; entre otras cosas porque ni son veinteañeros ni guapos, y cuando friegan platos o sirven mesas, a su edad, puede ser para toda la vida. Son seres vencidos sin segunda oportunidad, que saben lo seguirán siendo, sin remisión. Sin otro anhelo que no ir a peor. No ir a menos.
Por ahí afuera andan, a miles. Su generación ni siquiera es la de los aeropuertos, el ordenador portátil y el hotel barato, a la caza de mercados aunque sean modestos. La suya es la del billete de ida, de las hipotecas imposibles de pagar. La generación engañada por el espejismo y la irresponsabilidad de quienes pudieron hacer un país culto, trabajador y decente, y no lo hicieron. De quienes, respaldados en las urnas por ilusiones y sueños de futuro, tenían la obligación de encauzar esto y no supieron, o les importó una mierda; y ahora siguen ahí, impasibles, cobrando el sueldo del partido, trincando los favores hechos a compadres. Sin que nadie les diga fue por tu culpa, cabrón. Sin que nadie, al cruzárselos cuando salen del restaurante de lujo o de dar conferencias, con esa cara de cerdos que les han puesto los años, la pasta, el estatus y el coche con chófer que nunca perdieron, les parta la cara.
Sus víctimas se fueron, eso es todo. Sin hacer ruido, como digo. Fueron cuarenta en clase del instituto y doscientos en el aula de la facultad, y todo para conseguir un título universitario que a nadie importa un carajo. Que nadie les dijo que no sacaran. Los sentenciaron a la cola del paro y les preguntaron mil veces, cuando eran mujeres, si estaban embarazadas o tenían hijos, en grotescos simulacros de entrevistas de trabajo. Por su edad les habría correspondido agachar la cabeza, aceptar mil euros al mes, cerrar la boca, poner el culo -o el coño- y desangrarse con la hipoteca del piso y las letras del coche, como todo cristo. Tragar y sobrevivir once meses soñando con el duodécimo de vacaciones baratas en Cancún. Se trataba de eso, o de tener el coraje, la desesperación, de organizarse con sus iguales para incendiar esta España de mierda. Para conseguir, al menos, que los culpables tuviesen miedo o lo pagasen caro. Pero eso resulta más fácil escribirlo que hacerlo; así que optaron por lo razonable: largarse de aquí. Alejarse, sacudiendo de los zapatos el polvo de este paraje ingrato, envidioso y miserable, históricamente enfermo. De esta ruin madrastra y sus turbios, desvergonzados, impunes secuaces. Por eso están fuera, y no volverán si pueden evitarlo. Hicieron lo más difícil, que fue saltar al vacío, echarse el macuto al hombro, internarse en territorio hostil, desconocido. Se buscaron la vida lo mejor que supieron, y así sobreviven, comen caliente, rehacen como pueden sus maltrechas vidas. Ni siquiera pretenden ya reconciliarse con esta triste España que los echó a patadas. Si van a morirse lejos, tan solos como viven, por ellos puede pudrirse esta mala perra.
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