España para mirones y nuevos ricos
EL escritor mexicano Carlos Fuentes, después de ganar el VI Premio Internacional Menéndez Pelayo, y supongo que para mostrar su agradecimiento, ha dicho que «la España miserable, dominadora, la celestina sentada en una iglesia, maloliente y entrometida, se ha convertido en una Marilyn Monroe y ahora todos quieren acostarse con ella». A primera vista, la comparación resulta halagüeña, pero en el fondo yo creo que es resbaladiza, agridulce, equívoca, sospechosa.
España Marilyn, España Monroe, rubia y trágica, sugerente y aturdida, vistosa y miope, rozagante y confusa. España bombón, teñida y cálida e ingenua, provocativa e insegura, curvilínea y atolondrada. España, como Marilyn, con gracia y miedo, con lujos y miserias, con luces y sombras, con hielos y fuegos, con faldas y a lo loco. Una España nueva construida sobre la otra España como un espejismo.
Una España que ha pasado del moreno agropecuario y doméstico al platino estrepitoso, ondulado y cosmopolita porque los caballeros (el Imperio, el Capital, el Diseño) las prefieren rubias. Una España que ha cambiado el zapatazo racial por los andares niágaras, que siempre se acostaba con saya y refajo y olor a corral y fabada y ahora, para acostarse (y todos quieren acostarse con ella), sólo se pone chanel número cinco. España Marilyn, España Monroe, España como un mito rutilante de seducción y desdicha. Una España, claro, que en seguida ha descubierto que los diamantes son los mejores amigos de una chica.
España, de pronto, es una chica tífanis, una chica cartier, cara y risueña, una tentación instalada en el piso de arriba: sexy y frágil, llamativa contradictoria, espectacular y vulnerable, antojadiza y necesitada, deslumbrante y deslumbrada por el oro y los brillantes y por la fascinación que ejerce un príncipe sobre una corista. España de calendario. España para mirones y nuevos ricos. España de redondeces neumáticas y satinadas para capricho de gansters, entretenimiento de poderosos, perdición de ingenuos, conveniencia de desalmados, mortificación de travestidos, vergüenza de izquierdistas superfluos y olvidadizos y fatalidad de quienes bajan por ríos bravos o se hunden en vidas rebeldes. España, sí, como Marilyn Monroe, capaz de extraviar a un santo, pero, ay, extraviada de sí misma.
Carlos Fuentes tiene razón. España es una chica de pueblo convertida en estrella de la Centuiy, adorada e inestable, seductora, desequilibrada, capaz de asegurar con carita juliata que su corazón pertenece a papá, pero loca por casarse con un millonario.
Una chica oxigenada y distorsionada que ha pasado de la aspereza rural a la jungla de asfalto, del gazpacho al champán y del cilicio a la samba corporal, y que esconde un abismo de dolor y abandono mientras musita dulcemente el japiberzdei al kennedy de turno o toca, soñadora, el ukelele. Como Marilyn.
España Marilyn, España Monroe, rubia y trágica, sugerente y aturdida, vistosa y miope, rozagante y confusa. España bombón, teñida y cálida e ingenua, provocativa e insegura, curvilínea y atolondrada. España, como Marilyn, con gracia y miedo, con lujos y miserias, con luces y sombras, con hielos y fuegos, con faldas y a lo loco. Una España nueva construida sobre la otra España como un espejismo.
Una España que ha pasado del moreno agropecuario y doméstico al platino estrepitoso, ondulado y cosmopolita porque los caballeros (el Imperio, el Capital, el Diseño) las prefieren rubias. Una España que ha cambiado el zapatazo racial por los andares niágaras, que siempre se acostaba con saya y refajo y olor a corral y fabada y ahora, para acostarse (y todos quieren acostarse con ella), sólo se pone chanel número cinco. España Marilyn, España Monroe, España como un mito rutilante de seducción y desdicha. Una España, claro, que en seguida ha descubierto que los diamantes son los mejores amigos de una chica.
España, de pronto, es una chica tífanis, una chica cartier, cara y risueña, una tentación instalada en el piso de arriba: sexy y frágil, llamativa contradictoria, espectacular y vulnerable, antojadiza y necesitada, deslumbrante y deslumbrada por el oro y los brillantes y por la fascinación que ejerce un príncipe sobre una corista. España de calendario. España para mirones y nuevos ricos. España de redondeces neumáticas y satinadas para capricho de gansters, entretenimiento de poderosos, perdición de ingenuos, conveniencia de desalmados, mortificación de travestidos, vergüenza de izquierdistas superfluos y olvidadizos y fatalidad de quienes bajan por ríos bravos o se hunden en vidas rebeldes. España, sí, como Marilyn Monroe, capaz de extraviar a un santo, pero, ay, extraviada de sí misma.
Carlos Fuentes tiene razón. España es una chica de pueblo convertida en estrella de la Centuiy, adorada e inestable, seductora, desequilibrada, capaz de asegurar con carita juliata que su corazón pertenece a papá, pero loca por casarse con un millonario.
Una chica oxigenada y distorsionada que ha pasado de la aspereza rural a la jungla de asfalto, del gazpacho al champán y del cilicio a la samba corporal, y que esconde un abismo de dolor y abandono mientras musita dulcemente el japiberzdei al kennedy de turno o toca, soñadora, el ukelele. Como Marilyn.
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