¿Contra quién nos rebelamos?. Fran Casillas.
Desde el estallido de la crisis, los guardianes del capital han recetado una retahíla de alivios para la sequía económica. Los ciudadanos nos hinchamos los carrillos maldiciendo fórmulas como ajuste presupuestario, reforma laboral, huelga general... Pero salvo en susurros clandestinos con ecos ahogados, nadie se atreve a pronunciar la palabra tabú:revolución.
La posibilidad de rebelión ni se contempla. No por civismo o compromiso democrático, sino porque, en el fondo, nadie sabe contra quién diablos sublevarse.
Vivimos regidos por complejos engranajes democráticos y empresariales cuyo antojadizo diseño siempre me ha sonado a artimaña para confundir a la plebe. El sueño de la razón produce monstruos, y si usted y yo no entendemos para qué son realmente necesarias la Bolsa o las agencias de calificación… En fin, sobran especuladores para extraer beneficio de nuestra ignorancia.
Ambiciones políticas y económicas confluyen para tejer el actual régimen arcano de jerarquías difusas. Gracias a las sinergias creadas por inercia, el sistema cobra vida propia, sometiendo a todos sus actores por vía de interconexión y protegiendo de ese modo su supervivencia. Es la historia de un big bang progresivo y de baja intensidad, que engendra el pantano en que ahora languidecemos.
Nos creemos liberados de la esclavitud porque se nos concede un voto y por cobrar una nómina. En realidad, aceptar este trato engañoso nos convierte en cómplices y por ende artífices de todo el entramado.
¿Contra quién nos insubordinamos, entonces? ¿Contra esos líderes sindicales que nos han decepcionado? ¿Contra los políticos? En un juego cuyas reglas están viciadas de origen, sólo los corruptos pueden mover pieza. Eliminen a uno y florecerán otros tres, porque la raíz del problema es más profunda. Y si queda algún líder honrado, apiadémonos de él, porque es un títere inofensivo atrapado en su candidez.
¿Nos amotinamos contra los patronos? ¿Contra los bancos? Seamos realistas: nadie va a poner en riesgo su trozo de limosna, aunque surja un líder mesiánico capaz de convencernos de que es más digno luchar por el ciento volando que aferrarse al pájaro en mano.
¿Por qué no una insurrección contra nosotros mismos? Al fin y al cabo, hemos degenerado en una raza de conformistas. Desayunamos novocaína y aletargamos nuestros deseos de algo mejor. Basta con que amanezca cada mañana para matar tiempo en el trabajo, acumular recuerdos insignificantes y esperar que de vez cuando nos follen como si no hubiera mañana.*
Qué más se puede pedir, ¿no?
Quizá mañana nos miremos en el espejo, y al atisbar la podredumbre nos invada el impulso de querer cambiar. Pero, contagiada la desidia a una masa crítica, puede que ya sea tarde. Demasiado tarde para vencernos a nosotros mismos y averiguar luego contra quién nos rebelamos, dónde instalamos la primera barricada.
Qué diantre, si ni siquiera Obama sabe qué culo patear.
*Fran Casillas, Licenciado en Periodismo y Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid, Fran Casillas ha trabajado en Especiales de ELMUNDO y actualmente es redactor en la sección de Opinión.
ZPERRO DIMISIÓN
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