La unidad de mercado. M. Martín Ferrán.

Entre los pícaros que he conocido por razones de oficio, el de mayor apostura y señorío fue Jaime de Mora y Aragón, hermano de la reina Fabiola de los Belgas, de quien se cumplen ya quince años desde su fallecimiento en Marbella. Una noche, en el piano-bar en que actuaba en Madrid, en la avenida de América, me confesó: «Me gustaría vivir como vivo, pero pudiendo». 

Tan lúcido diagnóstico, preciso en su fondo y brillante en su exposición, no solo acredita el talento de aquel aristócrata que interpretaba con garbo la caricatura de los de su rango anacrónico; sino que podríamos tomárselo prestado para, en vísperas del debate sobre el estado de la Nación, los dos grandes líderes de nuestra cansina bipolaridad nacional tuvieran clara la demanda de una sociedad menos ideologizada de lo que a ellos parece interesarles y harta de las maniobras electoreras que cursan con merma de la representatividad ciudadana. Todos, incluso los cuatro millones y medio de parados, quisiéramos vivir como vivimos, pero pudiendo. Sin déficit ni deuda, con orden y sosiego.


En ese sentido llama la atención la intervención de Juan Manuel de Mingo, el veterano presidente de ANGED, la asociación en que se reúnen las grandes empresas de distribución, en su recién celebrada asamblea anual. Consciente de que somos una sociedad en crisis, en la que se debilita el entramado institucional sin entender el modelo final a que nos conduce la errática política territorial, asegura Mingo que «no podemos permitirnos la financiación de la Administración Central y 17 Estados, con sus normas particulares, sin coordinación, con una deuda exorbitante y con una multiplicación de funcionarios sin función». Quien así se expresa es, por decirlo llanamente, el representante de los grandes «tenderos» españoles, que, por su presencia interautonómica, conoce en su propia carne la gravedad que conlleva la rotura de la unidad del marcado nacional.
Supongo que, en vísperas de convertirnos en campeones mundiales de fútbol, estos asuntos son de escaso interés; pero en ellos debe centrarse, para que podamos vivir como vivimos —sin mayores retrocesos—, el próximo debate. Si no recuperamos los valores éticos que vertebren la Nación desde supuestos de unidad —también de mercado— y cerramos el marco territorial sin despropósitos esperpénticos como la manifestación que hoy, en Barcelona, pondrá en evidencia la inconsistencia de José Montilla y del nacionalismo rampante, difícilmente podremos aspirar a un futuro en el que, superada la crisis, alcancemos la deseable normalidad democrática. Lo que se lleva en la Unión Europea.

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