Quieren unos juegos sin himnos ni banderas
Los Juegos de Barcelona tenían que ser los primeros desde hace ya unos cuantos años sin ningún boicot. No habrá boicot pero sí señaladas ausencias debidas a guerras o a crímenes de lesa humanidad. Nacionalismos por un lado, los balcánicos, y racismo por el otro, en Africa del Sur, manchan de sangre la mítica bandera de los anillos que quiere ser el más puro símbolo de la paz. El propio paso de la llama olímpica, un invento nazi para los Juegos de Berlín, no se olvide, por tierras catalanas, se ha transformado en una continua manifestación patriotera y chauvinista muy fuera del contexto de una olimpiada.
El propio Comité Olímpico Internacional abrió paradójicamente las puertas a las más irracionales propagandas nacionalistas cuando abandonó la idea primitiva de inscripciones individuales de atletas y transformó los Juegos en una competición de equipos nacionales en la que iban a avasallar las grandes potencias al mismo tiempo que los países tercermundistas caerían en la trampa de olvidar sus miserias y sus hambres identificándose con un compatriota que subiera a un podio. Y entonces se habla del poderío marroquí, o nigeriano o keniata que hace olvidar la culpabilidad de occidente, las dictaduras africanas y los millones de muertos de hambre y horribles enfermedades.
El comunismo y sus atletas de Estado, fórmula aún vigente en Cuba, que transforma a los jóvenes deportistas en máquinas de propaganda privada de libertad, ha usado y abusado de los Juegos, sin que el COI hiciera para evitarlo. Samaranch consciente de esto, quiso unos Juegos «open», abiertos al profesionalismo y, en parte, lo consiguió. Pero ha sido tímido ante la histeria de los chauvinismos y ha aumentado el número de himnos y banderas nacionales. No ha tenido el coraje de, ante la avalancha, suprimir todos esos símbolos de la exclusión y ensimismamiento, para reducirlos a uno sólo, la bandera olímpica para todos los atletas, cada uno de los cuales, más o menos, participa asalariado por alguna marca comercial.
En la ex URSS surgen a diario nuevas nacionalidades que quieren un Estado, una bandera, un himno, dispuestas a empuñar fusiles para matar a los vecinos que, a su vez, esgrimen banderas e himnos que quieren imponerles. Al mismo tiempo, los media contribuyen a la confusión, como por ejemplo en el campeonato de Europa de fútbol, cuando el «no» a Maastricht de los daneses ha sido metaforeado en base a los triunfos de la selección de Dinamarca, cuyos jugadores, por otra parte, se ganan casi todos la vida en países de la CE, gracias al régimen laboral de esa Europa. Todo indica que los Juegos van a dar de Cataluña una imagen hipemacionalista, a un mundo cada día más escamado con los nacionalismos, especialmente en Europa. Hay que reconocer también que si las fuerzas del orden se muestran serenas, aguantan las provocaciones y dejan la porra en el vestuario, la imagen que triunfará será la de una España democrática y tolerante.
Es muy difícil que el nacionalismo radical catalán resista la tentación de no aprovechar la plataforma mundial televisiva y los miles de periodistas presentes en Barcelona para divulgar su prédica, aunque sea en inglés. Y es de desear que el Gobierno del Estado renuncie a la represión y deje hacer a quienes quieren aprovechar la ocasión para gritar una suerte de «Catalonia über alles», un tanto folklórico y harto irreal. Aquí, por supuesto, no se cuestiona el derecho de la gente a esgrimir las banderitas que quiera ni a gritar o cantar lo que sea.
Lo que sí se cuestiona es la coherencia del COI, de la ideología y del Movimiento Olímpico que cada día da más pruebas de su dependencia total de los poderes e ideologías políticas. Por ejemplo, plegándose, por no decir bajándose los pantalones, ante la ONU, cuando decretó un boicotdeportivo a Yugoslavia, el COI se puso en manos de las eventuales decisiones de las potencias. ¿Quién puede ahora impedir que si se dan los Juegos del 2000 a Pekin, la ONU no diga, «iah, no! a Pekín, no»?. A una excluyente catalanización de los Juegos, los ciudadanos del resto de España podrían replicar con la imponente cifra de pesetas que todos han pagado para que los Juegos se hayan podido realizar y sin la cual no hubieran sido posibles. Es una cifra que los radicales independentistas catalanes quieren olvidar o ignorar. Pero que, probablemente, una Cataluña independiente no hubiera podido pagar. En los Juegos de Barcelona la situación mundial ha puesto al COI entre la espada y la pared: antes el COI admitía a atletas apátridas en los Juegos.
Si lo hiciera hoy podrían formar un equipo con participantes de todos los deportes del programa olímpico. Sería el principio del fin de algo que hace ahora del presidente del COI el igual de los Jefes de Estado. A cambio de himnos y banderas.
El propio Comité Olímpico Internacional abrió paradójicamente las puertas a las más irracionales propagandas nacionalistas cuando abandonó la idea primitiva de inscripciones individuales de atletas y transformó los Juegos en una competición de equipos nacionales en la que iban a avasallar las grandes potencias al mismo tiempo que los países tercermundistas caerían en la trampa de olvidar sus miserias y sus hambres identificándose con un compatriota que subiera a un podio. Y entonces se habla del poderío marroquí, o nigeriano o keniata que hace olvidar la culpabilidad de occidente, las dictaduras africanas y los millones de muertos de hambre y horribles enfermedades.
El comunismo y sus atletas de Estado, fórmula aún vigente en Cuba, que transforma a los jóvenes deportistas en máquinas de propaganda privada de libertad, ha usado y abusado de los Juegos, sin que el COI hiciera para evitarlo. Samaranch consciente de esto, quiso unos Juegos «open», abiertos al profesionalismo y, en parte, lo consiguió. Pero ha sido tímido ante la histeria de los chauvinismos y ha aumentado el número de himnos y banderas nacionales. No ha tenido el coraje de, ante la avalancha, suprimir todos esos símbolos de la exclusión y ensimismamiento, para reducirlos a uno sólo, la bandera olímpica para todos los atletas, cada uno de los cuales, más o menos, participa asalariado por alguna marca comercial.
En la ex URSS surgen a diario nuevas nacionalidades que quieren un Estado, una bandera, un himno, dispuestas a empuñar fusiles para matar a los vecinos que, a su vez, esgrimen banderas e himnos que quieren imponerles. Al mismo tiempo, los media contribuyen a la confusión, como por ejemplo en el campeonato de Europa de fútbol, cuando el «no» a Maastricht de los daneses ha sido metaforeado en base a los triunfos de la selección de Dinamarca, cuyos jugadores, por otra parte, se ganan casi todos la vida en países de la CE, gracias al régimen laboral de esa Europa. Todo indica que los Juegos van a dar de Cataluña una imagen hipemacionalista, a un mundo cada día más escamado con los nacionalismos, especialmente en Europa. Hay que reconocer también que si las fuerzas del orden se muestran serenas, aguantan las provocaciones y dejan la porra en el vestuario, la imagen que triunfará será la de una España democrática y tolerante.
Es muy difícil que el nacionalismo radical catalán resista la tentación de no aprovechar la plataforma mundial televisiva y los miles de periodistas presentes en Barcelona para divulgar su prédica, aunque sea en inglés. Y es de desear que el Gobierno del Estado renuncie a la represión y deje hacer a quienes quieren aprovechar la ocasión para gritar una suerte de «Catalonia über alles», un tanto folklórico y harto irreal. Aquí, por supuesto, no se cuestiona el derecho de la gente a esgrimir las banderitas que quiera ni a gritar o cantar lo que sea.
Lo que sí se cuestiona es la coherencia del COI, de la ideología y del Movimiento Olímpico que cada día da más pruebas de su dependencia total de los poderes e ideologías políticas. Por ejemplo, plegándose, por no decir bajándose los pantalones, ante la ONU, cuando decretó un boicotdeportivo a Yugoslavia, el COI se puso en manos de las eventuales decisiones de las potencias. ¿Quién puede ahora impedir que si se dan los Juegos del 2000 a Pekin, la ONU no diga, «iah, no! a Pekín, no»?. A una excluyente catalanización de los Juegos, los ciudadanos del resto de España podrían replicar con la imponente cifra de pesetas que todos han pagado para que los Juegos se hayan podido realizar y sin la cual no hubieran sido posibles. Es una cifra que los radicales independentistas catalanes quieren olvidar o ignorar. Pero que, probablemente, una Cataluña independiente no hubiera podido pagar. En los Juegos de Barcelona la situación mundial ha puesto al COI entre la espada y la pared: antes el COI admitía a atletas apátridas en los Juegos.
Si lo hiciera hoy podrían formar un equipo con participantes de todos los deportes del programa olímpico. Sería el principio del fin de algo que hace ahora del presidente del COI el igual de los Jefes de Estado. A cambio de himnos y banderas.
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