Botellón. Manuel Vicent.
Sin duda el gobierno socialista merece perder las próximas elecciones, pero está claro que la oposición no merece ganarlas. Esta es la cuestión. Ante un horizonte tan cerrado es lógico que la opinión pública no sepa por dónde tirar. Por otra parte, la gente común y tributable, que brega cada día por salir adelante, se siente humillada por la conducta de ciertos políticos, a los que ha votado para que solucionen los problemas y no para que los creen. Supongo que algún diputado o senador, que participa en las refriegas de arrieros en las Cortes, tendrá algún hijo adolescente con la cabeza erizada de púas mojadas, que pretende ir el sábado a la fiesta del botellón, de donde regresa siempre borracho.
Ignoro qué razones puede esgrimir este político para que su hijo se quede en casa a preparar el examen de matemáticas en lugar de beber y hacer el gamberro en medio de la calle, si él mismo convierte en un botellón las sesiones del Congreso o del Senado. Durante el almuerzo este vástago descubre a su querido papá en el telediario insultando como un poseso a los políticos de otra bancada y no comprende que en ese momento, sentado a su lado a la mesa, le reprenda duramente porque hace un poco de ruido al sorber la sopa de fideos.
Para exculparse de su propia bajeza puede que este diputado o senador le cuente a su hijo que en el Parlamento del Reino Unido las grescas entre adversarios son aún peores. Cualquiera que haya oído esta razón debe saber que es falsa. Los debates en cualquier Parlamento anglosajón pueden ser duros, incluso muy broncos, pero las invectivas personales van siempre cargadas de inteligencia, humor o ironía. En cambio, aquí el ínfimo nivel de la batalla dialéctica, la bilis negra con que se adoba la ideología, la brutalidad hepática y expeditiva con que se expelen argumentos, como las cornadas que salen por la boca, para destrozar al enemigo político, recuerdan la antigua estampa de las plazas de toros cuando varios pencos sin peto expiraban con las tripas derramadas sobre la arena y el público gritaba: ¡más caballos!
Ahora, mientras el presidente del Gobierno duda, el jefe de la oposición se fuma un puro en la barrera esperando el derribo, por eso uno va a perder las elecciones y el otro no va a ganarlas. Este es el maldito teorema.
Ignoro qué razones puede esgrimir este político para que su hijo se quede en casa a preparar el examen de matemáticas en lugar de beber y hacer el gamberro en medio de la calle, si él mismo convierte en un botellón las sesiones del Congreso o del Senado. Durante el almuerzo este vástago descubre a su querido papá en el telediario insultando como un poseso a los políticos de otra bancada y no comprende que en ese momento, sentado a su lado a la mesa, le reprenda duramente porque hace un poco de ruido al sorber la sopa de fideos.
Para exculparse de su propia bajeza puede que este diputado o senador le cuente a su hijo que en el Parlamento del Reino Unido las grescas entre adversarios son aún peores. Cualquiera que haya oído esta razón debe saber que es falsa. Los debates en cualquier Parlamento anglosajón pueden ser duros, incluso muy broncos, pero las invectivas personales van siempre cargadas de inteligencia, humor o ironía. En cambio, aquí el ínfimo nivel de la batalla dialéctica, la bilis negra con que se adoba la ideología, la brutalidad hepática y expeditiva con que se expelen argumentos, como las cornadas que salen por la boca, para destrozar al enemigo político, recuerdan la antigua estampa de las plazas de toros cuando varios pencos sin peto expiraban con las tripas derramadas sobre la arena y el público gritaba: ¡más caballos!
Ahora, mientras el presidente del Gobierno duda, el jefe de la oposición se fuma un puro en la barrera esperando el derribo, por eso uno va a perder las elecciones y el otro no va a ganarlas. Este es el maldito teorema.
*Manuel vicent, Licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia, Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid, doctor honoris causa por la Universitat Jaume I de Castellón. Ganador del premio Nadal (La balada de Caín) y dos veces el Alfaguara (Pascua y naranjas y Son de mar). Columnista habitual del diario "El País".
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