Pepiño tira de la noria. JOSÉ ANTONIO SENTÍS


España ha pasado por ser tierra de hidalgos incompetentes y de escuderos inteligentes. Reyes vivieron de sus validos, y Don Quijote sólo sobrevive por Sancho Panza. Y nada ha cambiado. Hidalgo o no, pero incompetente con toda seguridad, Zapatero lleva más de un lustro de viaje sostenido por una persona tan poliédrica como sumisa, tan tosca como aguda, tan combativa como sinuosa cual es José Blanco.

Blanco, que por simplificar en el titular de esta columna, y sobre todo para que los lectores sepan a quien me refiero, viene intitulado como Pepiño. Pero no es una muestra de desprecio, sino todo lo contrario. Es justo ese apodo popular el que le viene al pelo cuando toca tirar del carro populista, cuando toca rebañar votos, apelar a lo llano, hurgar en las bajas pasiones o en las altas simpatías, que es lo único que queda a los políticos cuando fracasan en su gestión.

Blanco, José, es la última bala en la recámara de Zapatero. El líder socialista, engreído por la época de bonanza, creyó que podía prescindir de su cinturón defensivo, de su círculo de confianza. Se sentía tan en la cima del mundo que podía liquidar a quienes le habían ayudado a ser lo que logró. Cayeron así Jesús Caldera, Jordi Svilla, Juan Fernando López Aguilar… y algunos (y algunas, como se diría ahora) más.

Y, más aún, Zapatero se permitió el lujo de perder a un agudísimo portavoz parlamentario, Alfredo Pérez Rubalcaba, y a un acerado portavoz en el PSOE, el mismo José Blanco, para estabularles en el Gobierno en tareas de gestión, como si no hiciera ya falta la vis política, la capacidad de fajarse en combate.

De repente, la capacidad de acción política de Zapatero quedó hecha trizas. José Antonio Alonso, al que no se le discutirán valores, no es ni de lejos comparable a Rubalcaba (porque, realmente, hay pocos que se puedan comparar con el casi único político profesional de primera línea que queda en España, guste o no, irrite o no). Y Leire Pajín está a distancia sideral de Blanco, como, de hecho, están casi todos los demás apparatchiks del PSOE.

Sucede que Rubalcaba, que empezó en su Ministerio de Interior con no poca presencia en la política general (no en vano le tocaba gestionar la negociación con Eta), ha terminado atrincherado donde suelen quedar los ministros del ramo: de jefe de policías y guardias civiles, y casi tan agente como lo son ellos. Y a una indisimulable distancia de los acontecimientos mundanos de la política y de la crisis.

En ese desolador panorama, Blanco, que pareció soñar con un papel de Estado al frente de Fomento, que no disimulaba el placer de la interlocución educada con la oposición, con los dirigentes autonómico y con todas las bichas de su partido, Esperanza Aguirre incluida, se ha encontrado en el papel del sustituto en tiempo de descuento. O marca el gol él, o no lo marca nadie.

Y, de repente, Blanco ha dejado las carreteras, los aves y los aeropuertos y se ha tirado de cabeza al pantano de los medios. Pero no de una forma correcta, como cuando contestas lo que te preguntan porque no tienes más remedio. No. Acudiendo a todas las plazas donde se probaba el valor del novillero. Así, le pidió la COPE una frase, y en la COPE se presentó en carne mortal en pocas horas. Le llamaron, o se hizo llamar en otras emisoras (especialmente las menos adictas) y voló presto a su encuentro. Y le llamó La Noria, y en la noria se amarró para dar unas vueltas para sacar agua que aliviara la pertinaz sequía gubernamental.

Blanco ha hecho lo que ha podido, que es bastante. No sé si suficiente para salvar a Zapatero, porque mientras Blanco intenta desenterrar a su líder, éste persiste en cavarse la tumba. Pero si políticamente aguanta Zapatero es por Blanco.

Zapatero, según dice los que le conocen, vive de la intuición. Blanco, del instinto. La primera es falible, porque se puede confundir fácilmente con el deseo o con la ensoñación. La segunda es más segura, porque es la atávica cercanía de la nariz a la tierra. Lo que no quita para que ambos puedan ser unos perfectos falsarios, cada uno a su estilo.

Hoy por hoy, Blanco se merece más el liderazgo socialista que Zapatero, que ha dilapidado una posición ideal con su quijotismo de bisutería. Pero Sancho Blanco, o Pepiño Panza, ha sostenido el timón cuando el barco hacía agua, aunque sólo fuera para retrasar el naufragio.

Lo único que le falta a Blanco es look mediático, porque se le vislumbra aún el pelo de la dehesa. Estuvo casi a punto de lograrlo al llegar a Fomento, cuando pareció protagonizar My Fair Lady. Pero no le ha dado tiempo. Zapatero lo ha hecho tan mal que le ha quitado al hombre de acento rural su entrada en la Academia de la Política.

Nunca Zapatero deberá tanto a tan pocos, y nunca tantos terminarán por pedirle cuentas a Zapatero. Pues es muy injusto que haya tenido que amarrarse Blanco a La Noria, lugar de animales de tiro, en lugar de hacerlo Zapatero, que se merece la orejas de burro.

* JOSÉ ANTONIO SENTÍS, director general de EL IMPARCIAL.

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