Semana clave para el futuro de la U.E
Existe una amplia coincidencia en lograr que la cumbre europea de esta semana ofrezca resultados concretos. No es momento para dejar el motor en punto muerto a la espera del resultado de las elecciones alemanas, sobre todo después del anuncio en EEUU de una futura, pero irreversible, retirada de los estímulos a la economía estadounidense. La clave residirá en el crecimiento, asignatura que lleva suspendiendo Europa reiteradas veces. Planes de reactivación no faltan, aunque pronto queden relegados al olvido o malogrados por la burocracia comunitaria. ¿Qué se sabe, por ejemplo, del ambicioso Programa para el Crecimiento y el Empleo dotado en junio de 2012 con 120.000 millones? Bien poco, por no decir nada. Por eso, los anuncios que se han sucedido en las últimas semanas para incentivar el empleo juvenil, la llegada del crédito a las pymes o completar la llamada unión bancaria despiertan bastante escepticismo. Un sentimiento que sólo podrá revertirse si se logran acuerdos firmes y de aplicación inmediata.
El nuevo plan para fomentar el empleo de los jóvenes y paliar los obstáculos que ciegan la financiación de las pymes ofrece un mensaje político dotado de indudable visibilidad. Pero la cuantía movilizada se antoja ampliamente insuficiente para atajar problemas tan agudos y enquistados, por más efecto multiplicador que ejerza el apalancamiento a través del BEI. En cuanto a la unión bancaria, parece probable que se produzcan avances, pero seguirán latentes los recelos que frenan su desarrollo. Se ha enfriado el entusiasmo de Francia por un proyecto ideado para servir de antesala a una mutualización de riesgos, el verdadero objetivo. No sólo por las trabas de Alemania. Ambos han descubierto las dificultades prácticas de la supervisión unificada. Ni confían en la capacidad del BCE para ejercer esta labor, ni les tranquiliza su pretensión de forzar un saneamiento a fondo de los balances.
En el plano macroeconómico, aunque se detecten síntomas de ligera mejoría en el clima económico, todavía estamos lejos de asentar una recuperación digna de tal nombre. Por eso, Europa debería afrontar con mayor decisión sus carencias en materia de crecimiento. Una parte nada despreciable depende de la instauración de planes de reforma que eliminen rigideces y distorsiones que afectan a su competitividad. La ausencia de presión de los mercados, por ahora, está conduciendo a adoptar posturas acomodaticias que podrían pasar factura al menor sobresalto.
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