¿Optimismo? Aún no. Pedro Schwartz.
Las estadísticas más recientes no parecen justificar el optimismo del Gobierno –todavía–. En el año 2012, España ha pasado por el fenómeno desagradable inesperado de una doble caída. La tremenda contracción del PIB en 2009 se vio seguida por una leve recuperación del tercer trimestre de 2010 al cuarto de 2011. En ese momento se volvieron las tornas: el año 2012 ha sido muy duro; y en 2013, las caídas del PIB trimestral sobre el mismo período del año anterior son de un 2% entre enero y marzo y de un 1,7% de abril a junio. Es posible que a principio del año que viene volvamos a gozar de un levísimo crecimiento positivo pero la situación para quienes no exportan o no atienden a la demanda de los turistas es aún angustiosa.
Sobre tres pilares se asienta el optimismo del Gobierno. El primero es el cambio de la situación de la deuda y el euro: ya no se habla de que pueda disolverse la unión monetaria europea ni de que España se vea sometido a un nuevo asalto especulativo. El segundo es la aproximación al equilibrio en la balanza de pagos: la balanza básica muestra un déficit de apenas 3.600 millones de euros y la de mercancías, normalmente la más deficitaria de las partidas de las cuentas exteriores, también está a falta de sólo 3 500 millones de euros para el equilibrio. El tercer pilar, algo cuarteado aún, es la caída del número de parados según la EPA por debajo de los 6 millones.
Sin embargo, el mercado de trabajo no da para alegrías. Los ocupados llevan cayendo desde el segundo trimestre de 2008 y aún continúan en la misma tendencia. Sólo en la agricultura ha aumentado la cifra de ocupados. En el subcapítulo de asalariados, han caído tanto los indefinidos ( 4%) como los temporales (-7%); únicamente son positivas las cifras a tiempo parcial en ambas categorías. Hay que notar que la caída de los costes laborales en 2012 respecto del año anterior ha sido mínima, un 0,8%. La corrección de los costes de la mano de obra tendría que haber sido mayor para que la llamada “devaluación interna” fuera la necesaria. La reforma laboral está fallando inesperadamente en la gestión de los ERE.
En efecto, durante un proceso de regulación de empleo las empresas deberían poder contratar la mano de obra de otras características que necesitaran, pero los sindicatos y los tribunales laborales lo impiden. En ese sector, el nuevo empleo está paralizado.
Lo más peligroso del renacido optimismo del Gobierno es que la labor de reforma estructural está casi toda por hacer. No sólo está sin acabar la del mundo del trabajo. Están sin hacer la reforma de la Administración, de la financiación de las Autonomías, de la enseñanza (en especial la de las universidades), la del sistema fiscal, la de las pensiones, la de la sanidad, y otras muchas que esperamos pasen pronto de ser meras promesas.
Pedro Schwartz. Catedrático "Rafael del Pino" en la Universidad San Pablo CEU.
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