Si las barbas de tu vecino ves cortar, pon las tuyas a remojar.
Sin haber cumplido un año de mandato, el primer ministro italiano, Enrico Letta, anunciará hoy su dimisión. Las luchas internas del Partido Democrático (PD) han conseguido dinamitar el Gobierno nacional y devolver el país a una situación de inestabilidad política especialmente letal para la economía, que venía mostrando señales de recuperación. Tras dos meses de agresiva oposición interna, el secretario general del PD y alcalde de Florencia, Matteo Renzi, ha conseguido que los dirigentes del partido voten a favor de que Letta abandone el Ejecutivo. Renzi, caracterizado por su indisimulada ambición y su discurso renovador de la izquierda, ha descartado que vayan a celebrarse elecciones generales. Lo más probable, por lo tanto, es que este político de 39 años, europeísta y admirador de Barack Obama y Tony Blair, muy crítico con los dirigentes más veteranos de Italia, se convierta en el nuevo primer ministro. De su gestión en Florencia destaca, por ejemplo, su aumento de los presupuestos para educación y cultura.
La dimisión de Letta es un elemento más de zozobra para un país tradicionalmente inestable como Italia, sobre todo ahora que el fantasma del berlusconismo empezaba a diluirse. Un fragmentado arco político, que obliga a alianzas contranatura impregnadas de desconfianza mutua, va totalmente en contra de la solidez necesaria para hacer reformas estructurales, luchar contra la corrupción y gestionar la crisis económica. La situación es todavía más delicada si además estalla una guerra interna en uno de los principales partidos, como está sucediendo con el PD. Aunque los peores momentos de la crisis de confianza en la eurozona parecen haber quedado atrás, nunca es bienvenido un escenario así en una de las principales economías del continente.
Los dirigentes españoles deberían tomar nota de este episodio. La última encuesta del CIS alerta de la caída en la intención de voto para los dos principales partidos, el PP y el PSOE, y las crecientes simpatías que despiertan grupos como UPyD, IU, Ciutadans o Vox son el reflejo de la desafección hacia los tradicionales granes partidos. Siempre es positivo que nazcan grupos con ánimos de reverdecer el panorama político, pero también es necesario que España cuente con partidos fuertes. Las divisiones en el seno del PP y del PSOE, cada día más indisimuladas, deberían hacer reflexionar profundamente a sus líderes. Lo que ha pasado con el PD en Italia también podría suceder aquí.
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