La fe del converso. Ignacio Camacho.

De la bendición papal, confirmada luego por ese santón laico que es Felipe González, parece haber salido Zapatero limpio de las culpas del socialproteccionismo y el déficit; en estado de gracia, que dice Berlusconi, para predicar con obras la buena nueva del reformismo. Como no hay fe más activa que la del converso, a la vuelta de la Santa Sede ha anunciado una reforma laboral que es la madre de todas las reformas, la recontrarreforma, el reformazo. El hombre que antes de ayer decía que estas medidas no creaban empleo ha preparado una que si no lo crea va a destruirlo. Despido a mitad de precio con miniERES en saldo, por pérdidas o reorganización empresarial: un coladero para la expulsión de trabajadores caros o con antigüedad excesiva. La caída paulina del caballo va a ser una anécdota al lado de esta conversión meteórica del antiguo paladín de los derechos sociales, el trueno de Rodiezmo, que ha oído en ultratumba la voz del dios de los mercados: Saulo, ¿por qué me persigues? 

De resultas de esa experiencia mística, el quijote rojo del puño en alto está a punto de pasar por la derecha, y con el turbo puesto, al más liberal de los liberales, al más manchesteriano de los capitalistas. Por favor, que alguien del Vaticano aclare que no ha sido Su Santidad el inductor de esta metamorfosis ideológica.

Como en el soneto quevedesco —«buscas a Roma en Roma, oh peregrino, y a Roma en Roma misma no la hallas»—, es imposible hallar a ZP en el propio Zapatero. El hermano mayor de la cofradía del Santo Derroche se ha transformado en un catecúmeno del ajuste duro, bañado en un misterioso jordán de pragmatismo. Cuando acabe con el mercado laboral irá a por la prolongación de las jubilaciones, y a este ritmo no sería extraño que acabe por proclamar que sobran funcionarios después de haber contratado a más de cien mil. Lo más asombroso es que no se le ha oído una mínima autocrítica, una leve confesión de errores o pecados, un atisbo de explicación de esta diametral voltereta. 

Ni siquiera se ha molestado en decir dónde ha oído las voces de su nuevo mandato ni en qué Sinaí le han dado las Tablas de la Ley, aunque todo el mundo sospecha que ha recibido instrucciones perentorias de Berlín y Washington, olimpos financieros donde moran los dioses de la deuda. No hay asomo de contrición política, tal como si todo lo visto hasta ahora, el despilfarro sistemático, la apoteosis de los subsidios, la liquidación del superávit con cheques y regalías, fuese cosa de otro, de algún antecesor irresponsable que le hubiera dejado la tesorería tiritando. La penitencia se la deja a los que creyeron en él.
*Ignacio Camacho, Periodista y licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, premio González Ruano de periodismo en el 2.008 por su artículo "Umbrales".

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