El engaño húngaro. Luís M. Alonso.
El momento que toca es tan enfermizo que cualquier corriente de aire sirve para constiparse. Esta vez ha sido Hungría la causante del nuevo desplome bursátil y del encarecimiento de la deuda pública española, tras reconocer el Gobierno actual de ese país que el anterior había falseado las cuentas y que la situación magiar es tan delicada como la griega. Los húngaros están, a Dios gracias, fuera del euro, pero el desasosiego de los inversores sacude una vez más los mercados y cuando los mercados se resienten quienes lo pagan son los más débiles, aquellos que tienen mayores problemas de financiación y, por tanto, de credibilidad.
El engaño húngaro suena a canción gitana lo mismo que resultaba fácil asociar la epidemia griega a la tragedia clásica. Hungría apenas representa gran cosa en el PIB comunitario, pero parece ser que su abultada deuda con los bancos europeos desestabiliza el sistema. Es la demostración de cómo a estas alturas puede perturbar el aleteo de una mariposa o el zumbido de una mosca. No sabemos cuántos pacientes más se declararán en el futuro enfermos terminales, pero sí que estamos expuestos de manera peligrosa al contagio y que, a partir de ahora, preocuparse por hacer los deberes va unido a vivir pendientes de los demás. A ver ¿quién es el siguiente que ha falseado sus datos? ¿Quién se apuntará mañana a la quiebra? Del nuevo aviso húngaro no podemos sacar simplemente la conclusión de que otros se encuentran peor, sino de que estamos tan mal que ni siquiera dependemos de nosotros mismos para estar mejor. El problema es transmitir confianza en un mundo en el que unos ya han ido a la quiebra y otros andan escamados por si no pueden cobrar. Y la mayor parte, los que no sabemos nada de economía, como es el caso del presidente del Gobierno de este país, estamos más despistados que un pulpo en un garaje. Por no decir acojonados.
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