El justiciero de las mujeres. Edurne Iriarte.
Además de rojo, Zapatero se definió hace algún tiempo como «el justiciero de las mujeres». Así le habían llamado en los pasillos de la ONU y lo contó con orgullo a su vuelta a España. Al margen del desorbitado concepto de sí mismo que la historia delata, lo cierto es que Zapatero ha demostrado una genuina preocupación por la igualdad de las mujeres. Y un trabajo respetable en ese campo, a pesar de sus muchas equivocaciones. Por eso resulta tan difícil de sostener su renuencia a ser el justiciero de las mujeres… musulmanas. Todo son excusas en la izquierda española, empezando por él mismo, para no abordar de una vez la prohibición del burka o del niqab. Han tenido que tomar la iniciativa los ayuntamientos catalanes para forzar una implicación a regañadientes del Gobierno.
Una implicación de la que no cabe esperar demasiado porque el Gobierno insiste en sus tres habituales trampas en la materia. La de su consideración como un problema religioso, lo que le sirve para poner al Islam al mismo nivel que el catolicismo y para confundir creencias con discriminación. O aquello de que es un problema menor pues son pocas las mujeres con burka o nikab, lo que convierte los derechos humanos en una cuestión de número. ¿Qué los discriminados son pocos? Pues que se aguanten, que lo suyo es un problema menor. Y, en fin, la agitación del fantasma del populismo y la xenofobia, o la deliberada asociación de la prohibición del burka y del niqab con la intolerancia hacia el Islam y con la ideología de movimientos antiinmigración.
Cuando el dilema ideológico que hay que resolver es el de este llamativo tic antiigualitario de parte de la izquierda europea. Su aceptación para las musulmanas de lo que cree intolerable para las occidentales. ¿Por qué esa excepción musulmana de la igualdad? ¿Quizá por la fuerza creciente del islamoizquierdismo?
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