La huelga y el síndrome postvacacional. Pablo Molina.
Los sindicatos mayoritariamente minoritarios, teniendo en cuenta que el 90 por ciento de su clientela potencial rechaza sus servicios, han decidido convocar una huelga general que casi con toda seguridad tendrá lugar el próximo día 29 de septiembre, festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
Podrían haberla convocado en estos dos últimos años, cuando ya era evidente el desastre ocasionado por Rodríguez Zapatero, pero como las subvenciones fluían a buen ritmo hacia sus bolsillos y los subsidios del desempleo no parecían correr peligro, decidieron únicamente convocar una manifestación contra Esperanza Aguirre y los empresarios, aunque no es seguro que fuera del sindicalismo liberado se entendiera bien esta circunstancia.
Por otra parte, los medios de izquierdas ya habían dejado sentado que la culpa de la crisis era de Bush, Aznar, el Papa de Roma y el neoliberalismo salvaje, así que no era plan de culpar a Zapatero, que además ha estado siempre a este lado de la trinchera. Por si eso fuera poco hace un par de meses, en pleno fragor de la recesión, con cinco millones de parados y más de un millón de familias al borde de la indigencia, tuvimos la crisis de Baltasar Garzón, cuyo puesto de trabajo es, hasta el momento, el único que ha suscitado alguna preocupación en los representantes formales del proletariado.
Total, un lío del que ahora parecen haberse liberado, nunca mejor dicho, nuestros sindicalistas de nómina, dispuestos a echarse a la calle ante la amenaza de que la reforma laboral del Gobierno permita a los empresarios crear algún puesto de trabajo, delito de leso sindicalismo que ha de ser castigado en la calle con huelgas y piquetes "informativos" para que no se pierda la tradición.
La decisión de convocar la huelga a finales de septiembre no es más que otro ejemplo de coherencia del sindicalismo. En julio no puede convocarse porque la selección "del estado español" puede ganar el mundial de fútbol, en agosto los liberados sindicales están en el chalé de la playa y los primeros días de septiembre son peor momento aún, porque los esforzados paladines de la defensa del obrero están todos con el síndrome posvacacional y no es cuestión de que los sindicatos contribuyan al agravamiento de una enfermedad profesional.
Veintinueve días después de haberse incorporado a sus tareas sindicales es el plazo que calculan necesario para que los liberados se recuperen de las vacaciones. Son como la Preysler, que se iba de vacaciones para descansar de las vacaciones inmediatamente anteriores pero con una diferencia: la filipina lo hacía con su dinero. Con el de sus maridos, me refiero, pero en todo caso sin meter la mano en el bolsillo de los contribuyentes. Yogui y Bubu no pueden decir lo mismo y, además, seguro que en las páginas del Hola quedarían fatal.
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