Zapatero y el finiquito de Franco. Ignacio Ruíz Quintano

ESPAÑA tiene un problema de fe: los españoles no creen que el país esté en quiebra. Pero lo está. No se encuentra dinero de bolsillo ni poniendo a una señora mayor a llevar la Economía. A cambio, la democracia parece consolidada, y la garantía de su calidad son Rubalcaba en Interior, y en La Moncloa, Zapatero. Ellos son los llamados a arrancar el último pelo al lobo del franquismo.
Zapatero, que abrió la Biblia por vez primera cuando iba a ver al Papa, ya va por el Génesis, 34, donde dice que no podemos vender nuestra libertad por un plato de lentejas. El contrato fijo con despido indemnizado es el último plato de lentejas del franquismo, cuya liquidación viene exigida por la ley de la memoria histórica. El derribo de la estatua ecuestre de Franco en los Nuevos Ministerios no fue sino el ensayo de la batalla por el despido, al fin, libre.

Los Nuevos Ministerios son El Escorial del franquismo en la capital, siquiera por el tiempo que llevó construirlos; de hecho, concluyeron porque en ABC publicó Mingote una viñeta que acabó en las manos de Franco: en la viñeta, el guarda de las obras se ufanaba de tener un trabajo «para toda la vida». Hoy la ley de la memoria histórica establece que los Nuevos Ministerios los levantaron, hombro con hombro, Prieto y Largo Caballero.
Del franquismo, pues, no queda más que el contrato fijo con despido indemnizado, obra de ministros como Arrese y de delegados de Trabajo como don Wenceslao, el papá de Marité, represaliado a mediados de los sesenta, cuando el Régimen pudo quitarse de encima a los falangistas recalcitrantes, que eran los fanáticos de la protección social. Zapatero no veía el momento de liquidar este vestigio franquista, pero el «New York Times» le abrió los ojos el otro día al compararlo con Franco, que tapaba las crisis con el fútbol.
—Con los parados que hemos aportado a la causa del socialismo, los trabajadores que queden deben de ser cuatro franquistas. Decretemos el despido libre, que es el único derecho que nos falta, y si los franquistas se ponen farrucos, los ahogamos con las vuvuzelas de La Roja —se dijo Zapatero, que aún se guarda la carta de la Pajín por la Salgado para fregar hasta el último empleo en España.
Mas llegaron los suizos, con sus relojes de cuco y sus quesos de bola, y se rieron de La Roja en las barbitas de Casillas y Piqué, que no han tenido la vergüenza torera de cortárselas, como Cristian Hernández, ese novillero mexicano que se cortó la coleta en un ataque de pánico.
Con el finiquito de Franco en la mano, Zapatero topa con unos suizos que, además de banqueros, son rojicidas. Que les prohíban venir al desfile gay.
*Ignacio Ruíz Quintano, Periodista y unos de los escritores más prolíficos y de éxito del país. Está considerado por el diario el "Mundo" como el mejor articulista del momento.

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